Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este IV Domingo de Adviento, el Evangelio nos relata los hechos
que precedieron al nacimiento de Jesús, y el evangelista Mateo los presenta desde
el punto de vista de San José, el esposo prometido de la Virgen María.
José y María vivían en Nazaret; aún no habitaban juntos, porque el
matrimonio todavía no se había celebrado. Mientras tanto, María, después de
haber acogido el anuncio del Ángel, estaba encinta por obra del Espíritu Santo.
Cuando José se da cuenta de este hecho, permanece desconcertado.
El Evangelio no explica sus pensamientos, pero nos dice lo
esencial: él trata de hacer la voluntad de Dios y está dispuesto a la renuncia
más radical. En lugar de defenderse y de hacer valer sus propios derechos, José
elige una solución que para él representa un enorme sacrificio. Y el Evangelio
dice: “Como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en
secreto” (1, 19).
¡Esta breve frase resume un verdadero y propio drama interior, si
pensamos en el amor que José tenía por María! Pero también en semejante
circunstancia, José desea hacer la voluntad de Dios y decide, seguramente con
gran dolor, despedir a María en secreto.
Es necesario meditar sobre estas palabras, para entender cuál fue
la prueba que José tuvo que sostener en los días que precedieron el nacimiento
de Jesús. Una prueba semejante a la del sacrificio de Abraham, cuando Dios le
pidió a su hijo Isaac (Cfr. Ge 22): renunciar a lo más precioso, a la persona
más amada.
Pero, como en el caso de Abraham, el Señor interviene: ha
encontrado la fe que buscaba y abre un camino diverso, un camino de amor y de
felicidad: “José –le dice– no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo
engendrado en Ella es del Espíritu Santo” (Mt 1, 20).
Este Evangelio nos muestra toda la grandeza de espíritu de San
José. Él estaba siguiendo un buen proyecto de vida, pero Dios reservaba para él
otro designio, una misión más grande. José era un hombre que escuchaba siempre
la voz de Dios, profundamente sensible a su secreto deseo, un hombre atento a
los mensajes que le llegaban de lo profundo del corazón y de lo alto. No se
obstinó en perseguir su proyecto de vida, no permitió que el rencor le envenenara
el ánimo, sino que estuvo listo para ponerse a disposición de la novedad que se
le presentaba de modo desconcertante.
Y así, ¡era un hombre bueno! No odiaba, y no permitió que el rencor
le envenenara el ánimo. ¡Pero cuántas veces a nosotros el odio, también la
antipatía, el rencor nos envenenan el alma! ¡Esto hace mal! No lo permitan
jamás, él es un ejemplo de esto. Y de este modo José se volvió más libre y
grande aún. Aceptándose según el designio del Señor, José se encuentra
plenamente, más allá de sí mismo. Esta libertad suya de renunciar a lo que es
suyo, a la posesión de su propia existencia, y esta plena disponibilidad
interior suya a la Voluntad de Dios, nos interpelan y nos muestran el camino.
Nos disponemos entonces a celebrar la Navidad contemplando a María
y a José: María, la mujer llena de gracia que ha tenido el coraje de
encomendarse totalmente a la Palabra de Dios; José, el hombre fiel y justo que
ha preferido creer al Señor en lugar de escuchar las voces de la duda y del
orgullo humano. Con ellos, caminamos juntos hacia Belén.
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