EL CORAZÓN DE LA MADRE ES SEMEJANTE AL CORAZÓN DEL HIJO
1. «Corazón
de Jesús, paz y reconciliación nuestra, ten piedad de nosotros».
Rezando con fe esta hermosa invocación de las letanías del
Sagrado Corazón, un sentimiento de confianza y de seguridad se
difunde en nuestro espíritu: Jesús es de verdad nuestra paz,
nuestra suprema reconciliación.
Jesús es nuestra paz. Es
bien conocido el significado bíblico del término "paz":
indica, en síntesis, la suma de los bienes que Jesús, el Mesías,
ha traído a los hombres. Por esto, el don de la paz marca el
inicio de su misión sobre la tierra, acompaña su desarrollo y
constituye su coronamiento. "Paz" cantan los ángeles
junto al pesebre del recién nacido "Príncipe de la Paz" (cf. Lc 2,
14; Is 9,
5). "Paz" es el deseo que brota del Corazón de Cristo,
conmovido ante la miseria del hombre enfermo en el cuerpo (cf. Lc 8,
48) o en el espíritu (cf. Lc 7,
50). "Paz" es el saludo luminoso del Resucitado a sus
discípulos (cf. Lc 24,
36; Jn 20,
19. 26), que Él, en el momento de dejar esta tierra, confía a la
acción del Espíritu, manantial de "amor, alegría, paz" (Ga 5,
22).
2. Jesús es, al
mismo tiempo, nuestra
reconciliación. Como
consecuencia del pecado se produjo una profunda y misteriosa
fractura entre Dios, el Creador, y el hombre, su creatura. Toda
la historia de la salvación no es más que la narración admirable
de las intervenciones de Dios en favor del hombre a fin de que
éste, en la libertad y en el amor, vuelva a Él; a fin de que a
la situación de fractura suceda una situación de reconciliación
y de amistad, de comunión y de paz.
En el Corazón de Cristo, lleno de amor hacia el
Padre y hacia los hombres, sus hermanos, tuvo lugar la perfecta
reconciliación entre el cielo y la tierra: "Fuimos
reconciliados con Dios ―dice el Apóstol― por la muerte de
su Hijo" (Rm 5,
10).
Quien quiera hacer la experiencia de la
reconciliación y de la paz, debe acoger la invitación del Señor
y acudir a Él (cf. Mt 11,
28). En su Corazón encontrará paz y descanso; allí, su duda se
transformará en certidumbre; el ansia, en quietud; la tristeza,
en gozo; la turbación, en serenidad. Allí encontrará alivio al
dolor, valor para superar el miedo, generosidad para no rendirse
al envilecimiento y para volver a tomar el camino de la
esperanza.
3. El Corazón de la Madre es
en todo semejante al Corazón del Hijo. También la Bienaventurada
Virgen es para la Iglesia una presencia de paz y de
reconciliación: ¿No es Ella quien, por medio del ángel Gabriel,
recibió el mayor mensaje de reconciliación y de paz que Dios
haya jamás enviado al género humano? (cf. Lc 1,
26-38).
María dio a luz a Aquel que es nuestra
reconciliación; Ella estaba al pie de la Cruz cuando, en la
Sangre del Hijo Dios reconcilió "con Él todas las cosas"
(Col 1, 20);
ahora, glorificada en el Cielo tiene ―como recuerda una plegaria
litúrgica― "un corazón lleno de misericordia hacia los
pecadores, que, volviendo la mirada a su caridad materna, en
Ella se refugian e imploran el perdón de Dios" (cf. Misal, Prefacio De
Beata Maria Virgine).
Que María, Reina de la Paz, nos obtenga de Cristo
el don mesiánico de la paz y la gracia de la reconciliación,
plena y perenne, con Dios y con los hermanos. Por esto la
imploramos.
SAN JUAN PABLO II
Nuestra Señora a Lucía de Fátima
"...Todos aquellos que durante cinco meses, en el primer sábado, se confiesen, reciban la Sagrada Comunión, recen cinco decenas del Rosario y me hagan quince minutos de compañía meditando sobre los quince misterios del Rosario, con el fin de desagraviarme, yo prometo asistirles en la hora de la muerte con todas las gracias necesarias para su salvación...".
"...Todos aquellos que durante cinco meses, en el primer sábado, se confiesen, reciban la Sagrada Comunión, recen cinco decenas del Rosario y me hagan quince minutos de compañía meditando sobre los quince misterios del Rosario, con el fin de desagraviarme, yo prometo asistirles en la hora de la muerte con todas las gracias necesarias para su salvación...".
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