El 24 de septiembre
celebraremos la
fiesta litúrgica de NUESTRA SEÑORA DE LA MERCED, Madre de
Misericordia y Consuelo de los afligidos.
El título mariano la Merced
se remonta a la fundación de la Orden religiosa de los
Mercedarios el 10 de agosto de 1218,
en Barcelona, España.
La talla de la imagen de
la Merced que se venera en la Basílica
de la Merced de Barcelona
es del siglo XIV.
San Pedro Nolasco, inspirado por la Santísima
Virgen, funda una orden dedicada a la Merced (Obras de
Misericordia).
Su misión particular era la misericordia para
con los cristianos cautivos en manos de los musulmanes. Muchos
miembros de la orden canjearon sus vidas por la de presos y
esclavos. San Pedro fue apoyado en tan extraordinaria empresa
por el Rey Jaime I de Aragón. El santo y
sus frailes eran muy devotos de la Virgen María,
tomándola como patrona y guía. Su espiritualidad se
fundamenta en Jesús
el liberador de la humanidad y en la Santísima Virgen,
la Madre liberadora e
ideal de la persona libre. Los Mercedarios querían ser
caballeros de la Virgen María al servicio de su obra redentora.
Por eso la honran como Madre de la Merced o Virgen
Redentora.
En el capítulo
general de 1272, tras la muerte del fundador,
los
frailes oficialmente toman el nombre de La Orden de Santa
María de la Merced, de la redención de los cautivos,
pero son mas conocidos como Mercedarios.
El Beato
Juan Pablo II, expresaba el 23 de mayo de 1980 a los religiosos
de la Orden de la Bienaventurada Virgen María de la Merced,
comprometidos apostólicamente en 19 países de diversos
continentes.
"...Os
agradezco vuestra visita, con la que deseáis
manifestarme vuestros sentimientos de fiel adhesión al
Magisterio de la Iglesia. En esta oportunidad quiero
confirmar la alta estima que nutro hacia vuestra
antigua y benemérita Orden, que desde hace más de siete
siglos y medio ha ido prodigándose en favor de los
miembros más afligidos y oprimidos del Cuerpo místico de
Cristo.
La misión que vuestro Fundador San Pedro Nolasco os confió, en la obra directa de redención y ayuda a los cautivos, y que impregnó toda su actuación apostólica en parroquias, hospitales para pobres, enseñanza y misiones, se halla hoy prolongada en un carisma de servicio a la fe, para proyectar un rayo de esperanza y ofrecer la asistencia de la caridad de Cristo a cuantos se encuentran sometidos a nuevas formas de cautiverio en nuestra sociedad: en centros penitenciarios, en suburbios de pobreza y hambre, en ambientes de droga, en zonas de materialismo en las que se persigue a la Iglesia o se la reduce al silencio, etc.
Se trata de un vasto campo en el que ha de volcarse sin reserva vuestro espíritu religioso y la disponibilidad total a la que os abre la vivencia generosa de los consejos evangélicos y la profesión de vuestro cuarto voto. Esa será la manera de ser fieles hoy a vuestro carisma, en la línea trazada por San Pedro Nolasco y recogida ya en las primitivas constituciones de 1272.
No cabe duda
de que es un exigente compromiso eclesial al que os
invita vuestra vocación. Para mantener viva esa entrega,
es necesario que seáis almas de profunda vida
interior y que renovéis vuestras fuerzas en el contacto
con el Modelo de toda perfección: Cristo Jesús, Buen
Pastor y Salvador. Por ello os repito a vosotros:
“Vuestras casas deben ser sobre todo centros de oración,
de recogimiento, de diálogo -personal y comunitario- con
Aquel que es y debe ser el primero y principal
interlocutor en la sucesión laboriosa de las horas de
cada jornada vuestra” . En esa escuela sublime el
religioso apagará la sed de Dios que debe ser una
característica en su vida y se llenará de ese amor
grande que da sentido nuevo a la propia existencia.
Hablando a
Religiosos cuyo Fundador puso tanto empeño en la
devoción a la Madre de Dios y nuestra, no puedo menos de
exhortaros a mantener y profundizar ese gran amor
mariano que es una nota peculiar de vuestra Orden. Tomad
de la “Madre de la Misericordia” y “Consuelo de los
afligidos” el ejemplo e inspiración en cada
instante. Ella os guiará a su Hijo y os enseñará el
valor de cada alma, a la que prodigar celosamente el
cuidado de vuestro ministerio..."
Posteriormente, el
25 de mayo de 1998, Juan Pablo II les expresaba a los
religiosos de la Orden de la Merced:
"...Vuestro
carisma os lleva a mirar solícitamente las diversas formas
de esclavitud presentes en la vida actual del hombre con
sus miserias morales y materiales. Ello exige de vosotros
un compromiso cada vez más grande para el anuncio del
Evangelio.
La larga tradición de vuestra orden os
llama a vivir la pobreza, fortalecida y sostenida por la
obediencia y la castidad, «con espíritu mercedario», es
decir, como un continuo acto de amor hacia los que son
víctimas de la esclavitud, como capacidad de compartir sus
sufrimientos y esperanzas y como disponibilidad a la
acogida cordial.
Como recuerda la Exhortación
Apostólica
Vita consecrata:
«Otra provocación está hoy representada
por un materialismo ávido de poseer, desinteresado de las
exigencias y los sufrimientos de los más débiles y carente
de cualquier consideración por el mismo equilibrio de los
recursos de la naturaleza. La respuesta de la vida
consagrada está en la profesión de la pobreza evangélica,
vivida de maneras diversas, y frecuentemente acompañada
por un compromiso activo en la promoción de la solidaridad
y de la caridad» (n.
89).
Vuestra orden, desde
sus orígenes, ha venerado a la Virgen María bajo la
advocación de Madre de la Merced, y la ha elegido
como modelo de su espiritualidad y de su acción
apostólica. Experimentando su presencia continua e
imitando su disponibilidad, los mercedarios han afrontado
con valor y confianza los compromisos, a menudo pesados y
difíciles, de la misión redentora.
Al contemplar su gran fe y su total
obediencia a la voluntad del Señor, aprendieron a leer en
los acontecimientos de la historia las llamadas de Dios y
a estar disponibles con generosidad renovada al servicio
de las víctimas de la pobreza y de la violencia. A
Ella, Mujer libre
porque es llena de gracia, han dirigido su mirada
para descubrir en la oración y en el amor de Dios el
secreto para vivir y anunciar la libertad que Cristo nos
ha adquirido con su sangre.
A las puertas de un nuevo milenio,
mientras la Iglesia se prepara para celebrar los dos mil
años de la Encarnación del Hijo de Dios, deseo confiar a
la Madre de Dios vuestros proyectos apostólicos, las
decisiones capitulares y las esperanzas que os animan,
para que Ella os dé la alegría de
ser instrumentos dóciles y generosos en el anuncio del
Evangelio a los hombres de nuestro tiempo.
Fuente:
ORACION A NUESTRA SEÑORA DE LA MERCED en:
http://magdacespedesmel.blogspot.com/2010/09/nuestra-senora-virgen-la-merced.html
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