domingo, 18 de noviembre de 2012
¿Por qué ese miedo?; ¿acaso por nuestra falta de esperanza?
En el trigésimo tercer Domingo del tiempo ordinario, recordamos cómo al comienzo del año litúrgico, la Iglesia nos preparaba para la primera llegada de Cristo que nos trae la salvación. Ahora, a distancia de dos semanas, cerraremos el año litúrgico, por eso nos encontramos lecturas con tono 'apocalíptico', preparándonos para la segunda venida de Cristo. Repetimos frecuentemente en la Misa: 'Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, Ven Señor Jesús'. Tenemos que ser conscientes de lo que estamos diciendo. Pedimos al Rey de reyes, que venga, que venga pronto.
El Evangelio nos presenta una escena de angustia, las estrellas cayendo, el sol oscuro. Pero sobretodo eso está Cristo, indicándonos que el bien supera mal, y eso es motivo de gozo para seguir alimentando nuestra esperanza. El Evangelio es siempre una Buena Noticia y Dios es Dios de Vida: ¿por qué ese miedo?; ¿acaso por nuestra falta de esperanza?
No debemos caer en la trampa de la autojustificación, del relativismo o del “yo no lo veo así”... Jesucristo se nos da a través de la Iglesia y, con Él, los medios y recursos para que ese juicio universal no sea momento de condenación, sino un momento de gozo que todos esperamos y anhelamos, el encuentro eterno, el momento en el que se harán públicas las verdades más ocultas de los conflictos que tanto han atormentado a los hombres.
Cristo es claro, sencillo: 'El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán'. Su mensaje no era sólo para su tiempo, sino que perdura. Palabras eternas, amor, servicio, misericordia, bienaventuranzas, perdón, salvación. ¿Qué palabras del Señor son hoy más significativas?
La Iglesia no sólo nos enseña una forma de morir, sino una de forma de vivir para poder resucitar a la vida eterna, y no a la eterna condenación. Porque lo que predica no es su propio mensaje, inventado o adaptado a los tiempos, sino el de Aquél cuya palabra es fuente de vida, palabra que 'no pasará', y por lo tanto, a la que todos los hombres debemos obediencia, agradecimiento, anonadamiento.
Sólo desde esta esperanza afrontaremos con serenidad el juicio de Dios sobre cada hombre. ¡Qué poco pensamos en esto, pensando que es algo que no llegará jamás...! Pongamos toda nuestra vida en manos de Aquél que sabemos que nos ama.
Pasan los años, vemos distintos hombres. Contemplamos risas y llantos, juventud y senectud. Heridas, gozos, palabras olvidadizas. Pasará nuestra vida (sólo una) pero tu palabra Señor, no pasará jamás. A ella nos confiamos con esperanza, pidiendo perdón por nuestros pecados, y sabiéndonos necesitados de tu misericordia.
No lo olvidamos, Señor. Cielo y tierra pasarán, más tus palabras no pasarán.
Dios nos siga bendiciendo.
Alejandro María
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