Ser santos
Decía San Pablo en una de sus cartas que
había cristianos que se comportaban como enemigos de la cruz de Cristo y cuyo
dios era el vientre.
Por eso si nosotros queremos ser santos no
podemos comportarnos como enemigos de la cruz, es decir, del sufrimiento, pues
es a través del sufrimiento que arrebatamos gracias al Cielo para nosotros y
para nuestros seres queridos, y para todo el mundo.
Esto lo entendieron muy bien todos los
Santos, que hacían rigurosas penitencias, a veces más dignas de admirar que de
imitar, porque habían comprendido el valor del sufrimiento y su potencia para
salvar almas.
Al menos nosotros, que estamos
acostumbrados a vivir en este mundo que huye del dolor, y busca el placer a toda
costa, al menos nosotros, digo, tratemos de hacer pequeños sacrificios, pequeñas
renuncias, como nos enseña Santa Teresita, ya que no somos como los grandes
santos y no estamos capacitados para hacer semejantes penitencias. Y al menos,
eso sí, tratemos de aceptar con amor los sufrimientos y cruces que el Señor
permita en nuestra vida, porque nadie llega a ser santo sin pasar por la cruz,
porque como dice el dicho: “Por la cruz, a la luz”. Y si Jesús eligió ese
camino, porque no hay Domingo de Resurrección sin Viernes de Pasión, entonces
nosotros tenemos que imitar a Jesús, porque Él, que tiene compasión de nuestra
naturaleza a la que le cuesta sufrir, nos ha dicho que no existe otro
camino.
Pero busquémosle el lado agradable al
padecer, porque los Santos gozaban cuando sufrían. No es que no sufrieran, que
no sintieran el dolor, sino que al saber que con ese dolor y sufrimiento, no
sólo obtenían escogidas gracias para ellos, sino también para sus seres queridos
y para las almas en general, entonces pedían padecer y lo hacían con valor y
alegría.
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