El padre abad tuvo una idea. Redactó un texto y lo puso en las puertas del monasterio y de la parroquia: “Visto que cada día cientos de personas se quejan por lo que hace o deja de hacer el obispo; por lo que hacen o dejan de hacer los sacerdotes; por lo que hacen o dejan de hacer los catequistas y los demás agentes de la pastoral; por lo que hacen o dejan de hacer los demás católicos. Visto que nunca será posible ponernos de acuerdo sobre el color de las flores para las procesiones del Patrono, y que unos se quejarán contra lo que otros hayan decidido. Visto que hay problemas reales que merecen ser solucionados pero que no se arreglan si nos limitamos a murmurar, cuando de lo que se trata es de hablar con quienes pueden poner remedio a los mismos. Visto que existe el peligro de mirarnos continuamente a nosotros mismos, con todos nuestros defectos, pequeñeces y pecados, y olvidar a esa multitud de personas que siguen fuera de la Iglesia y que necesitan el testimonio de nuestra fe, esperanza y caridad. Visto que pensamos que hay otros que no merecen el perdón de Dios, cuando en realidad nadie lo merece (nosotros tampoco), sino que Cristo lo ofrece a todos aquellos que se convierten de corazón. Visto que podemos caer en el agujero de hablar más de los errores de la Iglesia que de los cientos de abortos que se cometen cada año en nuestra zona y en todo el mundo, que podemos dedicarnos a la crítica por la crítica mientras olvidamos que cada año mueren millones de personas de hambre o miles de ancianos sin que nadie les acompañe en sus últimos años. Visto que nos ahogan miles de quejas con las que señalamos una y otra vez a los demás mientras olvidamos nuestros propios pecados y defectos. Se instituye, al día de hoy, una oficina de recolección de quejas. Su funcionamiento se estipula como sigue: 1. No se admiten quejas de cosas simplemente escuchadas pero no comprobadas. 2. No se admiten quejas que nazcan de envidias, rencores, odios y desengaños del pasado o del presente. 3. No se admiten quejas anónimas. 4. No se admiten quejas que suponen en los demás intenciones desconocidas y que incurren, por lo mismo, en juicios temerarios o en el delito de la calumnia. 5. Se admiten aquellas quejas basadas en hechos reales y comprobados. 6. Se admiten quejas acompañadas de propuestas concretas de solución. 7. Se admiten quejas que se ofrecen con el deseo sincero de ayudar a otros, no las que simplemente buscan hundir a los demás. 8. Se admiten quejas maduradas en la oración y orientadas a promover una vida evangélica, litúrgica y eclesial profunda, fervorosa, responsable y alegre. 9. Se admiten quejas sobre temas importantes, no sobre asuntos de nuestra vida comunitaria que no tienen mayor relevancia. 10. Se admiten quejas que ayuden a orientar nuestros corazones a la misión y al rescate de tantos hermanos nuestros que se han alejado de la fe o que nunca han conocido realmente a Cristo. 11. Se admiten quejas que nacen del deseo sincero y práctico de mejorarnos antes a nosotros mismos que a los demás; quejas acompañadas de actos concretos de caridad, de servicio, de ayuda, de oraciones por nuestra comunidad, por la Iglesia entera, por todos los hombres y mujeres, especialmente por los más necesitados. 12. Se admiten quejas que nos lleven a despertar del letargo en el que nos sumerge el vicio de la avaricia y nos ayuden a vivir la auténtica pobreza evangélica, a compartir nuestros bienes con los necesitados y nuestro tiempo con quienes anhelan un poco de cariño y de atenciones. Una vez recogidas, las quejas serán estudiadas en la oración para que, si así lo quiere Dios, puedan ayudarnos a mejorar la propia vida y la de la quienes están a nuestro lado. Desde la fuerza de la gracia divina, esas quejas podrán convertirse en motivo de conversión. Sólo entonces nos permitirán crecer cada día en el Amor a Dios y a nuestros hermanos, sobre todo cuando son débiles, frágiles y pecadores como nosotros, y necesitan menos críticas destructivas y más cariño sincero que culmina en una corrección fraterna auténticamente cristiana. Firmado y sellado con una oración a Jesucristo, manso y humilde de Corazón, y a la Virgen, Madre del buen consejo, en el día de hoy, el año de gracia del Señor dos mil y...” Autor: P.Fernando Pascual - Fuente :Catholic.net |
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