Porque esta niña que acaba de nacer en un humilde lugar de Palestina, en una casa humilde, de unos padres humildes y desconocidos, aunque no ha sido recibida en una cuna de oro y de marfil, trae todas las señales de la predestinación. No ha sido su nacimiento como los demás nacimientos.
Por vez primera no lloraban los ángeles cuando aparecía un ser humano en la tierra; por vez primera se alejaba confusa la serpiente del paraíso, y sonreía Yahvé y se alegraba el Cielo y temblaban las potencias infernales. Sin embargo, nada nos dijeron los libros santos de aquel nacimiento, ni de los padres de la niña, ni de la grandeza de sus antepasados. Ni las hazañas de David, ni la gloria de Salomón, ni los cantos de los coros angélicos deben ocupar nuestra atención al acercarnos a esa cuna gloriosa. Ninguna de esas cosas nos da la verdadera grandeza de la criatura que acaba de nacer.
Lo que ella es, lo que representa en la historia del mundo, lo que significa en el tejido maravilloso de los caminos de Dios, se encuentra en aquellas palabras evangélicas, de una profundidad insondable: «Maria de qua natus est Jesús. Esta niña es María, de quien nacerá Jesús.»
Fuente: www.divvol.org
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por dejar tu comentario, me alegra el alma