Dios ha podido hacerlo y lo ha hecho. “Era lo justo –dice san Anselmo– que esa Virgen que Dios había dispuesto dar por Madre a su único Hijo, estuviera dotada de tal pureza, que no sólo fuera superior a la de todos los hombres y ángeles juntos, sino que fuera la mayor que pueda darse después de la pureza de Dios”. Y san Juan Damasceno precisa: “Dios veló sobre el cuerpo y el alma de la Virgen como convenía guardar a la que había de recibir a Dios en su seno, pues siendo como es Santo, descansa entre los santos”
Bien pudo decir el Padre eterno a esta su amada Hija: “Como lirio entre espinas, así es mi amada entre los jóvenes” (Ct 2, 2), porque todas ellas están manchadas con el pecado, pero tú fuiste siempre
inmaculada, siempre amiga.
Las Glorias de María de San Alfonso María de Ligorio.
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