Existe un celo excesivo, siempre tenso, inquieto, atormentado, agitado. Nada es suficientemente perfecto para las almas poseídas con este ardor. (…) San Benito previene al abad de cuidarse de ese celo intempestivo. “Que no sea desordenado, ni inquieto, ni impaciente, ni obstinado, ni celoso, ni demasiado desconfiado, de lo contrario no tendrá nunca reposo”; “En las correcciones mismas, que actúe con prudencia, sin cometer excesos, con el temor que al querer demasiado sacar la herrumbre del recipiente y hacerlo relucir, este se rompa…” (cf. Regla de San Benito) ¿Por qué ese celo puede ser “amargo”? Porque es impaciente, indiscreto, carece de unción.
De este celo habla Nuestro Señor en la parábola del Sembrador. Cuando los servidores piden al dueño del campo ir a sacar la cizaña sembrada por el enemigo, no pensaban que arriesgaban también arrancar la buena semilla (cf. Mt 13,28). Es ese celo intempestivo que llenaba a los discípulos de indignación y los hacía invocar el fuego del cielo sobre la ciudad de Samaria, para castigarla por no haber recibido a su divino Maestro (cf. Lc 9,54). ¿Qué responde Cristo a este exceso por el que se dejan llevar? “El Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido” (Mt 19,10).
Beato Columba Marmion (1858-1923)
abad
Cristo, ideal del monje. El buen celo (Le Christ Idéal du Moine, DDB, 1936), trad. sc©evangelizo.org
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Cristo, ideal del monje. El buen celo (Le Christ Idéal du Moine, DDB, 1936), trad. sc©evangelizo.org
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