«Bienaventurados los que crean sin haber visto» Se nos dice que lo que no se ve no existe, se nos pide creer sin ver. Creer al emocionarnos ante el encuentro con Aquel que nos ama. Cuando la razón se une a la fe para dar sentido a ese fuego interior. Entonces seremos dichosos.
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Hay un «Tomás» dentro de nosotros que pide certezas, que quiere seguridades, que exige ver y tocar, que no confía del todo. Yo también quiero decir: «Señor mío y Dios mío». Aumenta mi fe, tantas veces nublada. Pon en mí tu mirada resucitada para que pueda reconocerte en las llagas y heridas de mis hermanos, Muéveme, Señor, para que mi vida se incline siempre a su servicio.
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Aquel discípulo que había dudado, al palpar las heridas del cuerpo de su maestro, curó las heridas de nuestra incredulidad. Más provechosa fue para nuestra fe la incredulidad de Tomás que la fe de los otros discípulos... Aquel discípulo que dudó y que palpó se convirtió en testigo de la realidad de la resurrección,
San Gregorio Magno
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