Tras estar oculto, en la sombra, arrimando el hombro, sufriendo en silencio, caminando a oscuras, acalorados por el esfuerzo, de repente... se abre el velo.
Entra la luz, sentimos aire fresco y recibimos el beso de la persona a la que dedicábamos nuestro sacrificio, y a quien custodiamos día a día. Y la sonrisa brota, reventona, como fruto de la caridad.
En esos momentos, salvadas las distancias, recibimos un atisbo del cariño con el que Jesús y María recompensaban a José con ternura por su cuidado y desvelos continuos.
Porque el amor se plasma y se renueva con detalles concretos, inesperados, que nos devuelven a la vida y que nos invitan a transmitirlo sin descanso.
Verdaderamente, Cristo ha resucitado.
📷: José Campaña. @JoseCampanaF
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