Beato Álvaro del Portillo
(12 de mayo)
Dios dispuso, desde la eternidad, que a lo largo de la historia de la Iglesia que Cristo fundara, surgieran almas y corazones elegidos, sacrificados, llenos de amor divino, dispuestos a abrir caminos que llevaran, a las almas, al Cielo.
Son numerosos los santos cuyos rostros, vida y obras conocemos por ser ellos los fundadores de esas instituciones, de esas “partecicas” de la Iglesia, que abrieron nuevos horizontes en las almas.
Pero tan cierto como esto, lo es el que detrás de cada uno de ellos siempre hubo, siempre encontraron, a alguien en quien confiar sus sufrimientos, en quien descargar el peso de la cruz que Dios les había encomendado, siempre hubo, junto a ellos, un cirineo generoso y dispuesto que los acompañara en esa travesía divina que Dios les había preparado.
Es el caso de Don Álvaro, del beato Álvaro del Portillo, aquel hombre que renunció a sus humanos proyectos para entregar su vida a una empresa mayor, a la obra de Dios.
No puedo evitar, cada vez que lo recuerdo, que surja la imagen de San José, pues, como él, fue su labor callada, fiel, obediente, sacrificada y, sobre todo, llena de amor divino, la que hizo que Dios lo mirara con ojos agradecidos.
Hoy se celebra ese día en el que quienes quieran encontrar a Dios por los humildes y callados caminos de la entrega y el olvido de sí mismo, tienen la maravillosa oportunidad de acogerse a la intercesión del beato Álvaro, un hombre que supo ser ese fiel cirineo de San Josemaría, que entregó su corazón en cada paso de esta tierra a la vez que su alma miraba al Cielo.
Y no es casualidad que su fiesta se celebre en pleno corazón de mayo, en el mes mariano por excelencia, pues quiero imaginar que fueron las manos de María las primeras que recibieron el alma de don Álvaro.
Beato Álvaro, sean las mismas palabras que honran a San José las que te hagan digno acompañante de ese Dios al que serviste en silencio:
“ Siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor.”
Madrid, España
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