(Del libro del P. ÁNGEL PEÑA O.A.R.)
Una de las características principales de la vida de san Juan Macías fue su amor y devoción a las almas del purgatorio. Muchos testigos certificaron en el Proceso que nunca lo habían visto sin tener el rosario en su mano izquierda. Lo tenía en la mano cuando partía el pan en el comedor, y cuando se le preguntaba por quién estaba rezando el rosario, siempre decía que por las almas del purgatorio.
Una noche, estando en la iglesia, le dieron voces de la capilla de enfrente, llamándolo por su nombre. Alzó los ojos y vio un gran número de gentes que le pedían con lágrimas y suspiros los encomendase a Dios y aplicase por ellos sus oraciones, ayunos y penitencias. Le decían: “Siervo de Dios, acuérdate de nosotras, no nos olvides; socórrenos con tus oraciones en la presencia de Dios y ruega a su divina Majestad que nos saque de estas penas”.
Era tanta la multitud que parecía un gran enjambre de abejas y, entendiendo que eran las almas benditas del purgatorio, les respondí: “Qué puedo yo, santas almas, hacer ni pedir por vosotras, siendo un hombre tan miserable?”. Y desde entonces comencé a rogar por ellas, aplicándoles uno de tres rosarios, que de rodillas, rezaba todos los días y veinte estaciones al Santísimo Sacramento cada día; y de sus comuniones, una sí y otra no, con otras obras de piedad, ayunos y penitencias… Y le visitaban muchísimas almas, unas dándole gracias del beneficio que habían recibido, y otras, que no habían venido, le buscaban para empeñarle con Dios a que rogase por ellas. Y el siervo de Dios multiplicaba sus ruegos, doblaba sus penitencias y continuaba los ayunos.
Otra noche estaba en oración y oyó sobre el altar una gran palmada que estremeció la capilla y luego, inmediatamente, un suspiro triste y lastimero; y entendió luego que era alguna alma en pena y le preguntó quién era. Le respondió que era el alma de fray Juan Sayago que venía a valerse de sus ruegos para con Dios; que tuviese lastima de él y procurase sacarle del purgatorio, porque estaba padeciendo atrocísimos tormentos.
Le prometió hacerle así y, aquella noche y las dos que siguieron, le aplicó todas sus obras interiores y exteriores a este hermano, que era un religioso lego de la misma Orden, que acababa de expirar en el convento del Rosario de Lima, y era a la misma hora en que, sacando de la enfermería el cadáver, lo habían puesto en la iglesia para enterrarlo al día siguiente... A los tres días, estando en el mismo altar, vio salir una visión hermosa y resplandeciente que, poco a poco, se fue elevando hacia el cielo, y entendió que era el alma del fraile lego, su hermano, que libre del purgatorio, pasaba de aquellas penas al descanso de la bienaventuranza.
Él dijo alguna vez que, según una revelación divina, había conseguido la liberación del purgatorio de un millón cuatrocientas mil almas. Algunos sacerdotes de su Comunidad dieron testimonio de esta cifra en el segundo proceso de Lima, diciendo que habían leído con certeza esta cifra en la relación de su muerte que circulaba en toda la provincia dominicana de San Juan Bautista del Perú. Especialmente, su anciano confesor, el padre Gonzalo García, juró habérselo oído decir y lo mismo el que fue su Prior, el padre Blas de Acosta, quien aseguró: Todos los días rezaba el rosario por las almas del purgatorio y hasta aquella hora (en que fray Juan se lo declaraba) habían salido por sus oraciones del purgatorio un millón cuatrocientas mil almas, según bien lo recuerdo.
Tanto el padre Blas como el padre Gonzalo habían dicho eso mismo en el primer proceso diocesano.
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