Jesús no niega nunca nada, absolutamente nada a la Santísima Virgen.
En nuestra piedad, podemos imaginar el diálogo entre la Madre y el Hijo:
- Dime, Madre mía amadísima, Tabernáculo y Arca hermosa, dime, ¿Qué quieres pedirme? ¿A quién deseas traerme? ¿Por quién quieres interceder? Ante ti, siempre soy obediente. Soy tu Dios y Señor, pero también tu Hijo.
- Mi Rey y Señor, mi amado Hijo, te adoro y bendigo. Deseo pedirte por mi hijod e hijas ... Derrama sobre ellos el espíritu del amor, el espíritu de la paz. Inflama sus corazones de Espíritu Santo, para que sean dóciles a tu voz y te sirvan con alegría.
Te los presento cubiertos por mi manto, pues todos y cada uno de ellos viven en mi Inmaculado Corazón.
- Madre, son tuyos. Por ti, por tu intercesión, los bendigo y abrazo. Ellos brillarán en tu jardín, en mi Reino. Derramo sobre ellos mi amor y mi paz.
Cada vez que ruegues a tu Madre recibirás el beneplácito del Señor. Ella ruega por ti, ahora y siempre.
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