María, icono de la delicadeza y la ternura: el Niño y su Madre entregados mutuamente al simple intercambio de una auténtica ternura humana.
Para llegar a Dios no hay que renunciar a ser hombres. Al contrario, le alcanzaremos en la medida en que seamos nosotros mismos, tal como Dios nos ha concebido, tal como él nos ha amado y tal como su ternura nos ha plasmado.
No temamos ser seres humanos, con un corazón frágil y vulnerable, pues el verdadero amor incluye la posibilidad de ser herido y el riesgo de exponerse a la muerte.
El amor divino no es un amor desencarnado: Jesús nos ha amado entregando su cuerpo y derramando su sangre. Jesús nos ha asumido en sí mismo, llevando el amor a su más alta cumbre el día en que resucitó según la carne.
Tal es el amor que encierra el icono de la ternura y que nos desvela la plenitud que hay en el Hijo, plenitud que él nos entrega, plenitud que nos pertenece si sabemos acogerla.
EPÍLOGO del libro
EN ORACIÓN CON MARÍA,
Meditaciones Marianas, por un Cartujo.
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