“Abandonar a Dios es una cosa amarga. Es ésta una verdad tan profunda, que el mundo no puede comprenderla. Y sin embargo, los goces mundanos no son más que una gota de miel que se convierte en un mar de amarguras. Lo vemos por lo que sucede al que se entrega a un vicio, a la intemperancia, a la vanidad, a los deseos de la carne o a cualquier otro goce desmedido. Vista con los ojos de la fe, la alegría del mundo es, en muchos casos, una comedia que termina en una tragedia, la tragedia más triste que pensar se pueda, la muerte. El Catecismo Romano (IV, 14, 9) cita este pasaje para enseñarnos que, por los pecados mismos, aprendamos a dolernos de ellos, y para exhortarnos a mirar bien los males que se siguen del pecado”.
Mons. Juan Straubinger. Comntario a Jeremías 2,19
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