Cuanto más nos ocupemos de las cosas de Dios, tanto más el Señor se
ocupará de todas nuestras cosas. Esta es una ley proporcional que no falla, y
que el mismo Cristo la ha promulgado.
También Jesús nos ha dicho en su Evangelio que busquemos y trabajemos por el Reino de Dios y su justicia, y que todo lo demás se nos dará por añadidura.
Nosotros que a veces buscamos tanto la añadidura y nos olvidamos de trabajar por el Reino, por las almas, tratemos de poner cada cosa en su sitio, y coloquemos primero a Dios y su Reino, a Dios y la salvación de las almas, comenzando por la nuestra, y entonces Dios nos colmará de todo lo necesario para nuestra vida, y cuidará de nosotros amorosamente.
El mismo Sagrado Corazón de Jesús nos dice que la consagración a Él se reduce a un pacto: “Cuida tú de mi honra y de mis cosas, que mi Corazón cuidará de ti y de las tuyas”. Así que hagamos este dulce pacto con Jesús y, a partir de ahora busquemos los intereses del Señor, que no son otros que las almas, y el Reino de Dios venido al mundo.
Cuanto más nos ocupemos y trabajemos por Dios y su Reino, tanto más el Señor trabajará por nosotros y nuestras cosas.
¡Qué gran negocio! Porque si hacemos mucho, muchísimo por Dios y las almas; Él hará mucho, muchísimo por nosotros y todo lo nuestro. Porque debemos recordar que a Dios nadie le puede ganar en generosidad, y cuando nosotros le ofrecemos algo, Él nos devuelve el ciento por uno porque es infinitamente rico y todo está en sus manos.
Si nos falta algo, si estamos tristes, angustiados, y no sabemos cuál es nuestra misión en este mundo, empecemos a trabajar por Dios y su Reino, por la salvación de las almas, haciendo obras de misericordia, rezando por todos, ofreciendo sacrificios, haciendo apostolado, etc., y entonces no sólo que encontraremos el sentido a nuestra vida, sino que seremos felices en el tiempo y en la eternidad, porque Dios tomará a pecho el proveernos de todo lo necesario para nuestra vida en la tierra y luego, en el Cielo, nos dará la felicidad sin límites.
Hay muchas personas que están solas, tristes, desanimadas, desesperadas, angustiadas. ¿Por qué nosotros no tratamos de ayudarlas y aliviarlas, siendo así otros Cristos y como la prolongación de Jesús en la tierra? Nosotros sabemos quizás lo que es sufrir, y entonces podremos consolar con mano suave a quienes sufren de mil modos en este mundo.
Lancémonos a la conquista de las almas para Dios, y veremos cosas maravillosas, porque Dios nos colmará de tesoros infinitos y será como un círculo virtuoso que, cuando más demos, tanto más nos dará el Señor.
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