¡Cuán feliz era mi alma, oh buena Madre, cuando tuve la dicha de
contemplarte! Cómo me encanta recordar esos dulces momentos pasados ante tus
ojos llenos de bondad y misericordia por nosotros.
Sí, tierna Madre, has bajado hasta la Tierra para aparecerte ante
una niña débil y comunicarle ciertas cosas, a pesar de su gran indignidad. Así
que, ¡cuán grande no es tu humildad! Tú, la Reina del Cielo y de la Tierra, has
querido servirte de los más débiles del mundo.
Oh María, dale a quien se atreva a decirse tu hija esa preciosa
virtud de la humildad. Haz, oh tierna Madre, que esta hija te imite en todo y
para todo, en una palabra, que sea una niña según tu corazón y el de tu querido
Hijo. Que así sea
Santa Bernadette Soubirous (1844-1879)
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