Acostúmbrate a hablar cordialmente de todo y de todos; en
particular, de cuantos trabajan en el servicio de Dios. Y cuando no sea
posible, ¡calla!: también los comentarios bruscos o desenfadados pueden rayar
en la murmuración o en la difamación. (Surco, 902)
Vuelve de nuevo la mirada sobre tu vida, y pide perdón por ese
detalle y por aquel otro que saltan enseguida a los ojos de tu conciencia; por
el mal uso que haces de la lengua; por esos pensamientos que giran
continuamente alrededor de ti mismo; por ese juicio crítico consentido que te
preocupa tontamente, causándote una perenne inquietud y zozobra... ¡Que podéis
ser muy felices! ¡Que el Señor nos quiere contentos, borrachos de alegría,
marchando por los mismos caminos de ventura que El recorrió! Sólo nos sentimos
desgraciados cuando nos empeñamos en descaminarnos, y nos metemos por esa senda
del egoísmo y de la sensualidad; y mucho peor aún si embocamos la de los
hipócritas.
El cristiano ha de
manifestarse auténtico, veraz, sincero en todas sus obras. Su conducta debe
transparentar un espíritu: el de Cristo. Si alguno tiene en este mundo la
obligación de mostrarse consecuente, es el cristiano, porque ha recibido en
depósito, para hacer fructificar ese don, la verdad que libera, que salva.
Padre, me preguntaréis, y ¿cómo lograré esa sinceridad de vida? Jesucristo ha
entregado a su Iglesia todos los medios necesarios: nos ha enseñado a rezar, a
tratar con su Padre Celestial; nos ha enviado su Espíritu, el Gran Desconocido,
que actúa en nuestra alma; y nos ha dejado esos signos visibles de la gracia
que son los Sacramentos. Úsalos. Intensifica tu vida de piedad. Haz oración
todos los días. Y no apartes nunca tus hombros de la carga gustosa de la Cruz
del Señor.
Ha sido Jesús quien
te ha invitado a seguirle como buen discípulo, con el fin de que realices tu
travesía por la tierra sembrando la paz y el gozo que el mundo no puede dar.
Para eso -insisto-, hemos de andar sin miedo a la vida y sin miedo a la muerte,
sin rehuir a toda costa el dolor, que para un cristiano es siempre medio de
purificación y ocasión de amar de veras a sus hermanos, aprovechando las mil
circunstancias de la vida ordinaria. (Amigos
de Dios, 141)
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