Si en el más allá estamos en el Cielo, no nos lamentaremos de nada.
Pero si de algo pudiéramos lamentarnos, sería del tiempo perdido en la tierra,
que si lo hubiéramos empleado mejor, tendríamos un mayor grado de gloria para
siempre. Pero en el Cielo uno ya es completamente feliz y no puede desear nada
más.
Si vamos al Purgatorio, entonces ¡cuánto desearíamos haber empleado mejor el tiempo, para reparar y expiar por los pecados cometidos, para no tener ahora que sufrir tanto en ese lugar de expiación que es el Purgatorio!
Pero si por desgracia vamos al Infierno, será tremenda la desesperación de pensar en el tiempo perdido en la tierra, gastado inútilmente en frivolidades y pecados, y ahora quisiéramos tener aunque más no sea un solo minuto, pero ya no se nos concederá jamás.
¡Qué tremendo es desaprovechar el tiempo de vida que tenemos sobre esta tierra, pues es el tiempo de Misericordia, es el tiempo propicio para hacer las cosas bien, realizar buenas obras, rezar, y cumplir los mandamientos, para luego merecer el Cielo eternamente!
¡Qué lástima que derrochemos el tiempo que tenemos de vida, en cosas vanas o hasta en pecados! Porque llegará el momento de nuestra muerte, y se terminará nuestro tiempo, el tiempo que Dios nos concedió para ser buenos, para que con él conquistáramos el Paraíso.
Pensemos cómo hemos aprovechado este año que está para terminar, y hagamos el propósito de que si Dios nos concede otro año más, lo emplearemos en santificarnos, haciendo buenas obras, recibiendo más frecuentemente los sacramentos, en especial la Eucaristía, y rezando mucho, puesto que esta vida terrena es preparación para la Vida con mayúscula.
No derrochemos escandalosamente el tiempo de vida que Dios nos concede, porque quizás llegará el día en que nos arrepintamos mucho de haberlo empleado mal, y ojalá no sea ya demasiado tarde para remediar ese error.
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