Matar el error, amar al que yerra
Jesús comía y bebía con los
pecadores. Pero Él era Él, y nosotros somos débiles, y no podemos hacer lo
mismo que hacía el Señor, porque por nuestra debilidad terminaríamos imitando a
los pecadores.
Debemos cuidar nuestra fe y
tenemos que separarnos de los que cometen el mal, para no contagiarnos.
No se trata de
despreciarlos, ya que no hay que despreciar a nadie, pero sí se trata de
cuidarnos y separarnos de ellos para no ser contagiados con el mal que sale de
ellos.
Solo quien esté bien
formado y tenga la misión de convertir almas, puede acercarse a los pecadores
con la esperanza de poderlos convertir. Pero nosotros, simples cristianos,
simples fieles, no debemos estar en sus reuniones porque terminaremos
abandonando la fe y siendo traidores a Cristo y al Evangelio.
Hoy hay una falsa idea, que
incluso se predica desde los púlpitos por los sacerdotes, de que tenemos que
amar a todos y juntarnos con todos, sean buenos o malos, porque hay que
“amarse”.
Sí, está bien que hay que
amarse, pero primero debemos amarnos a nosotros mismos, y como dice el dicho:
“Alma por alma, salvo la mía”, es decir que primero debemos cuidar nuestra
salvación. Y el amor que debemos demostrar a los hermanos debe ser un amor sobrenatural,
rezar por ellos, ofrecer sacrificios por ellos, pero no compartir su vida de
pecado para no contagiarnos, porque una manzana podrida pudre todo el cajón de
manzanas.
No nos creamos fuertes,
porque esa es la astucia del demonio, hacernos creer que somos fuertes y que “a
nosotros no nos va a pasar nada”, y es entonces ahí cuando caemos
miserablemente en el pecado.
Siempre hay que tener
prudencia y caridad, y ser vigilantes y orantes, siendo astutos como serpientes
y sencillos como palomas.
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