“Todo lo puedo en Aquél que
me conforta”. Con El no hay posibilidad de fracaso, y de esta persuasión nace
el santo “complejo de superioridad” para afrontar las tareas con espíritu de
vencedores, porque nos concede Dios su fortaleza. (Forja, 337)
Si no luchas, no me digas
que intentas identificarte más con Cristo, conocerle, amarle. Cuando
emprendemos el camino real de seguir a Cristo, de portarnos como hijos
de Dios, no se nos oculta lo que nos aguarda: la Santa Cruz, que hemos de
contemplar como el punto central donde se apoya nuestra esperanza de unirnos al
Señor.
Te anticipo que este programa no resulta una empresa cómoda; que
vivir a la manera que señala el Señor supone esfuerzo. (…) Descubriremos la
bajeza de nuestro egoísmo, los zarpazos de la sensualidad, los manotazos de un
orgullo inútil y ridículo, y muchas otras claudicaciones: tantas, tantas
flaquezas. ¿Descorazonarse? No. Con San Pablo, repitamos al Señor: siento satisfacción en mis enfermedades, en
los ultrajes, en las necesidades, en las persecuciones, en las angustias por
amor de Cristo; pues cuando estoy débil, entonces soy más fuerte.
(…) Yo vivo persuadido de que, sin mirar hacia arriba, sin Jesús,
jamás lograré nada; y sé que mi fortaleza, para vencerme y para vencer, nace de
repetir aquel grito: todo lo puedo en
Aquel que me conforta, que recoge la promesa segura de Dios de no
abandonar a sus hijos, si sus hijos no le abandonan. (Amigos de Dios, nn. 212-213)
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