“Persevera y
triunfarás” dice el dicho popular. Y es cierto que quien persevera, siempre
triunfa. Quizás no en el logro del objetivo, pero al menos ha logrado
perseverar, y eso es muy importante.
Los demonios viven en el miedo, y quieren infundirnos miedo para que nos descorazonemos y dejemos las cosas que hemos emprendido. Ellos, los diablos, tienen miedo de que nos escapemos de sus manos y nos salvemos, y por eso nos meten miedo y nos pintan las cosas de manera muy negra.
Si bien a veces las cosas pueden ponerse difíciles o ser en sí mismas difíciles, tenemos que reconocer también allí la participación de los demonios que trabajan sobre nuestra imaginación, poniendo muy negro todo.
Pero es ahí donde debemos poner a trabajar nuestra fe en Dios, porque el Señor no se olvida de nosotros y de quienes amamos, y no hay nada imposible para Dios. Basta que nosotros creamos en Él, y que sigamos adelante en lo bueno que hemos emprendido, y adelante en la vida, aunque se ponga difícil, puesto que Dios no permitirá que seamos probados y tentados más allá de nuestras fuerzas y, con su ayuda divina, podremos sortear todos los obstáculos.
No nos descorazonemos ante las sugerencias diabólicas del Maligno, que quiere que nos acobardemos y dejemos de luchar, dejemos de andar y caminar, porque entonces sí que comenzaremos a ser derrotados, y el miedo se apoderará de nosotros.
Recordemos ese salmo tan hermoso de la Escritura que dice: “Aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún mal, porque tu vara y tu bastón me infunden confianza”.
Sepamos que Dios está con nosotros y jamás puede permitir algo más allá de lo que Él quiere. “Nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre”, ha dicho Cristo. Siendo esto así, armémonos de coraje y avancemos por la vida sin miedo y con esperanza, porque el triunfo es de quienes perseveran y confían en Dios y en su ayuda.
Aunque todo parezca perdido, aunque ya no haya más esperanzas, humanamente hablando, para Dios sí la hay, y para los hijos de Dios también la hay, porque el Señor cuida de nosotros, y si deja que a veces seamos heridos, Él mismo cura nuestras heridas con sus manos benditas y nos da ánimos para seguir adelante.
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