Antes de comenzar a rezar el Rosario, no hay que dudar en dirigirse
a la Santísima Virgen: “María, muéstrame a tu Hijo”. María es la madre de todos
nosotros, ella sola conoce mejor que nadie a su propio Hijo. Dejémosla tomarnos
de la mano y mostrarnos en nuestro corazón el Misterio de Cristo.
Contrariamente a lo que se
cree, el Rosario no es una alabanza a María sino un camino hacia Cristo. Cada
decena, es la ocasión de meditar un misterio de la vida de Cristo. Mientras
recitamos los diez “Ave María”, nos sumergimos en un solo misterio.
Esas escenas de la vida que
recorremos con el Rosario, la Anunciación del Ángel a María, el Nacimiento del
Niño Jesús, el bautizo de Jesús en el Jordán, la Transfiguración, La última
Cena, la agonía del Señor, la Crucifixión, la Resurrección y la venida del
Espíritu Santo… ¡cuánta riqueza y devoción en esas cuentas que se siguen una
tras otra!
Rezando el Rosario con toda
la devoción del corazón, uno recibe con fervor cada misterio de la vida de
Cristo, como si María se lo confiase entre sus manos.
Lorena Moscoso
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