Las cosas que existen
a mí alrededor.
Las iniciativas que,
otras personas,
las crean con esfuerzo
y valor.
Ayúdame, Señor, a
mirar con agrado.
A descubrir que, todo
lo que hago, es inspiración tuya,
y, aquello que lo que
los demás promueven,
puede ser signo de tu
presencia.
Ayúdame, Señor, a
mirar con amor:
A ir al fondo del
tesoro más valioso.
A sentirme tan cerca
de ti,
que, todo, lo estime
poco comparado contigo.
Ayúdame, Señor, a
expulsar de mi interior.
Los espíritus inmundos
que me impiden vivir en paz conmigo mismo.
Ayúdame, Señor, a no
apropiarme de tu nombre exclusivamente,
a dejar que, otros,
puedan descubrirte,
y entrar por la gran
puerta de tu salvación.
A reconocer que,
otros, están en el camino del evangelio,
por sus obras y
palabras.
Ayúdame, Señor, a no
sentirme peor ni mejor que nadie.
A disfrutar de mi
amistad contigo.
A no poner etiquetas
de “estos son buenos” o “estos son malos”.
Ayúdame, Señor, a no
encerrarme en mi pequeño mundo.
A abrirme, sin miedo
ni complejos, a los que puedan
enseñarme tu recto
camino.
Ayúdame, Señor, a no
monopolizar mi trato contigo.
A valorar otras
vertientes evangelizadoras que,
a mí, me puedan
parecer estériles.
Ayúdame, Señor, a
descubrir en todas ellas.
Los signos de tu
presencia divina.
Ayúdame, en
definitiva, Señor,
a no considerar que,
lo mío, es lo único que vale
y, aquello que los
demás realizan, es despreciable.
Ayúdame, Señor.
P. Javier Leoz
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