Paz, consuelos, salud, estabilidad en nuestros afectos, trabajo...
Nuestra
vida es una búsqueda permanente, aunque muy a menudo no sabemos bien
qué buscar. Así, nos perdemos en los laberintos del mundo, confundidos y
llenos de inseguridad, incapaces de comprender cuál es el sentido de
nuestra propia existencia. A veces creemos encontrar lo que buscamos,
para rápidamente comprender que era una efímera representación de
nuestros sueños. Nada nos conforma, nada nos deja llenos, nada perdura.
Con
una mirada profunda, se puede decir que en realidad lo que queremos
encontrar es paz, un punto en el cual se vayan nuestros miedos del
futuro, nuestros arrepentimientos y tristezas por el pasado. Paz. Una
paz que nos asegure felicidad duradera, para que podamos vivir cada
minuto de nuestra vida sin tanta angustia. Buscamos la paz del mundo, en
la salud, en la certidumbre económica, en la estabilidad de nuestros
afectos, en sentirnos haciendo lo correcto y reconocidos por ello.
Algunos,
no tantos en realidad, recorren un camino espiritual para buscar esa
paz del mundo y se empeñan en oraciones, ayunos y diálogos con Jesús.
Eso está bien, está mucho mejor que buscarla entre los hombres. Sin
embargo, plantear las cosas de ese modo contiene un error, porque no
debemos buscar tanto la paz por si misma, sino más bien buscar al Señor
de la Paz. La Paz de Dios es muy distinta a la que dan los hombres,
porque es la Paz de saberse amigo de Dios, aceptando la falta de paz del
mundo como una cruz necesaria a nuestra salvación. Se puede decir que
la Paz Verdadera es El, se la encuentra cuando de corazón se lo descubre
y abraza a El, como destino final de nuestro existir.
¡Esa es la fuente de la verdadera Paz!
El
mundo raramente tiene paz, y cuando la tiene o no es duradera, o no es
auténtica. En cambio, la Paz del Señor está sostenida en la seguridad de
que El está a cargo de todo. Es la Paz de saberse su amigo, su hermano.
Jesús, el Rey de la Paz, hace que nuestra vida tenga sentido cuando
estamos unidos a El y aceptando, de corazón, Sus designios.
Del
mismo modo, no debemos buscar los consuelos del Señor, sino al Señor de
los consuelos. Jesús, sabiendo nuestra capacidad de resistir, nos dará
consuelos cuando ello sea bueno para nuestra salvación, y nos dejará en
la sequedad del desierto, de la noche del alma, cuando necesitemos
desapegarnos de las cosas del mundo. Es Su escuela, Su modo de
templarnos.
Muchos
buscan con necedad los milagros del Señor, en lugar de abrazar al Señor
de los Milagros. Jesús, Verdadero Dios y Verdadero Hombre, hizo tantos
milagros en Su tiempo en la tierra como los hace ahora mismo, porque El
está Vivo. Debemos sorprendernos y agradecer Su intervención milagrosa,
que se puede ver alrededor nuestro con solo prestar atención y mediante
los ojos de la fe. Buscar el milagro por el milagro nos expone a caer en
el error y alejarnos justamente de quien debiéramos buscar.
Jesucristo
es el Señor de todas las cosas, porque a El todo pertenece. Nuestras
búsquedas deben atravesar las inseguridades y los miedos del mundo, para
que confiados en Su Amor nos dejemos guiar por el curso de nuestra
vida. Busquemos la Fuente de la Vida Eterna, porque El sabrá cuando
darnos sentimientos de paz, de consuelo, o salud, o fortaleza. Y El
sabrá también cuando es conveniente que nos forjemos en el sufrimiento,
en las inseguridades, en las angustias, o en las faltas de claridad
respecto del futuro.
Jesús,
mi Señor, yo veo en todo Tu Mano Salvadora, y así me entrego a Tu
Voluntad para que hagas de mi lo que Tú quieras. Soy tu servidor,
inservible y confundido, pero confiado en que Tú sabrás sacar provecho
de mí paso por esta vida. Quiero poner mi mirada en Tu Casa, para que
este caminar por el mundo no me distraiga de mi meta. Tus Ojos sean mis
ojos, mi Señor, haz que Tu Corazón inflame el mío de Tu Paz. Amén.
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