«Por tanto, la verdadera libertad es un don gratuito de
Dios, fruto de la conversión a su verdad, a la verdad que nos hace libres. Y
dicha libertad en la verdad lleva consigo un modo nuevo y liberador de ver la realidad.
Cuando nos identificamos con “la mente de Cristo”, se nos abren nuevos
horizontes. A la luz de la fe, en la comunión de la Iglesia, encontramos
también la inspiración y la fuerza para llegar a ser fermento del Evangelio en
este mundo. Llegamos a ser luz del mundo, sal de la tierra, encargados del
“apostolado” de conformar nuestras vidas y el mundo en que vivimos cada vez más
plenamente con el plan salvador de Dios.[…] ¿Qué
otra ofrenda estamos llamados a realizar, sino la de dirigir todo pensamiento,
palabra o acción a la verdad del Evangelio, o a dedicar toda nuestra energía al
servicio del Reino de Dios? Sólo así podemos construir con Dios, sobre el
cimiento que es Cristo. Sólo así podemos edificar algo que sea
realmente duradero. Sólo así nuestra vida encuentra el significado último y da
frutos perdurables.»
(Benedicto XVI, 20 de abril de 2008).
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