te hiciste hombre, te dejaste tocar,
adorar, amar y ofrendar.
No te escuchamos, pero en el Espíritu
tu voz habla con fuerza.
Fuiste, Cristo, la última palabra
que pronunciaste, la que se mantiene
viva,
perenne con el transcurso
de los años y de los siglos.
No te alcanzamos con la mano,
pero en la Eucaristía vives y nos
fortaleces,
nos haces sentir tu cercanía y tu
compromiso,
tu poder y tu auxilio, tu Gracia y tu
bondad.
Estás aquí, Señor.
Que no te dejemos más allá del sol y de
la luna,
pues bien sabemos, oh Dios,
que eres sol de justicia
cuando te buscamos en las luchas de cada
día,
o te defendemos en los más necesitados.
Cuando te anhelamos
en un mundo que necesita ser mejor,
o te descubrimos en la común unión con
los otros.
Estás aquí, Señor.
Tu secreto, un secreto a voces,
es el amor del Padre, con el Hijo y en
el Espíritu.
Una familia que, estando sentada en el
cielo,
camina con los pies de Cristo en la
tierra.
Una conversación que, dándose en el
cielo,
se escucha con nitidez a través del
Espíritu Santo.
Una mesa que, asentándose en el cielo,
se prolonga en la casa de todos aquellos
que cantan, creen, viven y se asombran
ante el Misterio Trinitario.
Estás aquí, Señor.
En el amor que se comparte.
En la libertad que nos hace libres.
En los lazos que unen.
En el despliegue de ternura y de
comprensión.
En la personalidad de cada uno.
En el afán de buscar puentes y no
divisiones.
Estás aquí, Señor.
P. Javier Leoz
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por dejar tu comentario, me alegra el alma