Jesús, no quiero abandonarte, antes bien, deseo dar testimonio de ti a los hombres. Quiero darte a conocer a quienes no han oído hablar de ti. Sé que no será fácil, porque el mundo odia los que te pertenecemos, pero “Tú has vencido al mundo”, y con esa confianza, quiero aventurarme en el anuncio de tu Persona. Catholic.net
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ACI prensa

La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven. http://la-oracion.com

domingo, 5 de mayo de 2013

Permanece siempre con nosotros, Señor.





En el Domingo VI de Pascua, antes de celebrar la Ascensión y Pentecostés, contemplamos parte de las palabras del sermón que Cristo hizo en la Última Cena, palabras llenas de vida que salen a nuestro encuentro, palabras que brotan de la unión de Cristo con el Padre y de la voluntad de Dios de hacernos 'cómplices' en este misterio de fe y amor.

¿Podremos nosotros reconocernos cómo aquellos que cumplen la Palabra de Dios, aquellos que aman al Señor? Pidamos al Espíritu Santo la gracia de arder en la caridad. Cristo resucitado nos regala su Espíritu. Deseamos recibirle y que nos haga recordar Quien es Dios, que nos haga recordar siempre la infinita misericordia que brota del Corazón de Cristo y selle nuestro intelecto con el sello de la caridad fraterna.

De este amor es de donde nace la "paz" de la que habla el Señor, paz de vivir en el amor, de vivir en Dios. El mundo desea paz, desea acabar con las violencias. Sólo conseguiremos la paz si nos volvemos hacia Jesús, así lo dijo Él mismo a Santa Faustina: "El mundo no tendrá paz hasta que no se dirija con confianza a mi Misericordia". Pero no nos la da como el mundo lo hace (cf. Jn 14,27), pues la paz de Jesús es la capacidad de mirar a los hombres con bondad y misericordia infinita, sin juzgar, sin rechazar. De ahí brota una gran calma, serenidad, que nos hace ver las cosas de otro modo. Actuando y viviendo así, llegaremos a ser felices.

Demos gracias a Dios por el regalo de su Palabra, de su paz y Espíritu. Nada ni nadie nos separará del amor de Cristo, como repetía San Pablo.

Permanece siempre con nosotros, Señor.

Dios nos siga bendiciendo.




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