Otra
vez basura fuera de sitio. Parecería tan fácil dejar cada cosa en su
lugar: plásticos con plásticos, papel con papel, orgánicos con
orgánicos. Pero las prisas, o el
descuido, o el desorden, o la pereza, llevan a tirar las cosas como a
uno se le ocurre.
Lo que pasa con la basura pasa también con asuntos mucho más importantes. Hay quien no percibe que molesta a su compañero de trabajo. Otro no es capaz de descubrir que nunca da las gracias cuando le hacen un favor. Aquel no entiende que las señales de tráfico, si están bien puestas, ayudan a la convivencia entre la gente. Y un esposo o una esposa ya no recuerdan lo hermoso que es ofrecer un gesto de cariño en el día del cumpleaños de su cónyuge.
El mundo en el que vivimos nos ha llenado de prisas, de preocupaciones, de angustias. Quedamos encadenados por Internet, por libros, por programas de televisión, por juegos con los amigos. Mientras, valores buenos, valores bellos, valores grandes, quedan relegados al armario del olvido, o a la lista de ´pendientes´ que nunca llegan a ser atendidos.
Solo si reconocemos que hemos perdido el norte y que estamos atrapados por caprichos, egoísmos y perezas destructoras podremos empezar a quitar ese polvo acumulado en el alma que nos impide ver tantos valores que necesitan ser atendidos.
Entonces abriremos el corazón a lo bueno y lo bello. Dejaremos de leer el periódico para escuchar a un familiar que necesita ser consolado. Apagaremos la computadora para arremangarnos y limpiar a fondo la cocina. Tomaremos en serio los carteles de la basura diferencia para que haya más orden en el edificio y en el barrio. Dejaremos de vivir atrapados en una interminable serie televisiva para dedicar lo mejor del propio tiempo para hablar un rato con un Dios que espera, pacientemente, que uno de sus hijos le dé las gracias y le pida esa ayuda que tanto necesita para vivir a fondo el Evangelio.
Lo que pasa con la basura pasa también con asuntos mucho más importantes. Hay quien no percibe que molesta a su compañero de trabajo. Otro no es capaz de descubrir que nunca da las gracias cuando le hacen un favor. Aquel no entiende que las señales de tráfico, si están bien puestas, ayudan a la convivencia entre la gente. Y un esposo o una esposa ya no recuerdan lo hermoso que es ofrecer un gesto de cariño en el día del cumpleaños de su cónyuge.
El mundo en el que vivimos nos ha llenado de prisas, de preocupaciones, de angustias. Quedamos encadenados por Internet, por libros, por programas de televisión, por juegos con los amigos. Mientras, valores buenos, valores bellos, valores grandes, quedan relegados al armario del olvido, o a la lista de ´pendientes´ que nunca llegan a ser atendidos.
Solo si reconocemos que hemos perdido el norte y que estamos atrapados por caprichos, egoísmos y perezas destructoras podremos empezar a quitar ese polvo acumulado en el alma que nos impide ver tantos valores que necesitan ser atendidos.
Entonces abriremos el corazón a lo bueno y lo bello. Dejaremos de leer el periódico para escuchar a un familiar que necesita ser consolado. Apagaremos la computadora para arremangarnos y limpiar a fondo la cocina. Tomaremos en serio los carteles de la basura diferencia para que haya más orden en el edificio y en el barrio. Dejaremos de vivir atrapados en una interminable serie televisiva para dedicar lo mejor del propio tiempo para hablar un rato con un Dios que espera, pacientemente, que uno de sus hijos le dé las gracias y le pida esa ayuda que tanto necesita para vivir a fondo el Evangelio.
Autor: Fernando Pascual | Fuente: Catholic.net
¡Vence el mal con el bien!
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