(Jn 17,24)
Tú que estás en las Alturas con el Padre y que estás con nosotros, (…)
nos has mostrado la luz de tu gloria inmaculada,
¡entrégame esa luz, también ahora, que nunca me deje!
¡Concédeme siempre contemplarte en ella, oh Verbo,
comprender qué es tu belleza inaccesible!
Belleza que permaneciendo inasible,
como flecha de rayo llega a mi inteligencia, transporta mi espíritu
y alumbra en mi corazón el fuego de tu amor.
Esta luz, desplegándose en llamas del deseo divino,
me otorga contemplar con claridad tu gloria, oh Dios mío.
¡Concédeme esta gloria, Hijo de Dios, te suplico al adorarte!
Desde ahora y en el avenir, inconcebiblemente poseerla
y por ella, Dios, contemplarte eternamente! (…)
Si, Pastor compasivo, bondadoso y tierno,
que quieres la salvación de los que creen en ti,
ten piedad, escucha esta oración.
No te irrites, no alejes de mí tu rostro,
sino enséñame a cumplir tu voluntad,
ya que no busco hacer mi voluntad
sino que tu voluntad se haga en mí.
¡A fin de servirte, Misericordioso!
Te ruego, ten piedad, tú que eres naturalmente misericordioso,
y realiza lo que es útil para mi alma miserable,
porque tú eres el único Dios Amigo del hombre.
¡Increado, sin fin, todopoderoso,
verdadera vida y luz de los que te aman
y son para ti, Amigo del hombre, tan amados!
Guárdame entre ellos, Maestro, y de tu gloria divina
hazme participar, hazme coheredero.
¡A ti, Padre, con tu Hijo coeterno y el Espíritu divino,
la gloria por los siglos de los siglos!
Amén
Simeón el Nuevo Teólogo (c. 949-1022)
monje griego
Himnos, 47 (SC 196. Hymnes III, Cerf, 2003), trad. sc©evangelizo.org
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por dejar tu comentario, me alegra el alma