Desde la cruz y con las manos clavadas, Jesús nos hace un gran regalo, Mamá.
María aceptó la gran responsabilidad de ser la Madre del Hijo de Dios y al pie de la cruz, la de ser Madre de un mundo huérfano. Jesús sabía que no se negaría, independientemente de la calidad de hijos e hijas que recibía, pues, en definitiva, hemos de ser conscientes que no somos suficientemente agradecidos con el amor de una madre, que nació para ser madre.
Y ahí está María, rogando por nosotros, auxiliándonos, aconsejándonos, intercediendo al final. Sin importar nuestra devoción o la religión que profesemos, María nos fue dada por el Hijo para ser nuestra.
Para entender el amor de una madre, hay que ser madre. Hoy felicito a todas las madres que asumieron el riesgo, aceptaron el reto y abrazaron la cruz, que a ejemplo de María han sabido estar al pie de sus hijos e hijas, atendiendo y asistiéndoles. Bendecidas madrecitas.
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