Fue realmente crucificado por nuestras faltas. Este bienaventurado Gólgota en el que estamos reunidos ya que aquí fue crucificado, este ilustre lugar no te lo permite negar, te confunde. Desde entonces, toda la tierra está llena de los fragmentos del madero de la cruz. No fue crucificado por faltas personales propias, sino para que seamos liberados nosotros de nuestras faltas. Fue despreciado por los hombres y, como hombre, burlado. Pero, como Dios fue reconocido por la creación: el sol se eclipsó a la vista de su Maestro ultrajado, se eclipsó temblando, incapaz de soportar ese espectáculo. (…)
No nos avergoncemos de la cruz de Cristo. Si alguien la esconde, tú, márcala sobre tu frente. Los demonios a la vista de este signo regio, huyen lejos, aterrados. Traza este signo en el momento de comer y beber, de sentarte, levantarte, hablar, caminar. Breve, en toda acción. Ya que el que fue crucificado aquí, está en lo alto de los Cielos.
Si después de su crucifixión y sepultura, hubiera permanecido en la tumba, podríamos avergonzarnos. En cambio, crucificado sobre el Gólgota, se elevó hacia el cielo desde la montaña del Levante, el monte de los Olivos. Descendido de nuestra tierra hacia los infiernos y subiendo luego hacia nosotros, ascendió luego desde nosotros hacia el cielo. Mientras tanto el Padre lo aclamaba diciendo “Siéntate a mi derecha, mientras yo pongo a tus enemigos como estrado de tus pies” (Sal 109,1).
San Cirilo de Jerusalén (313-350)
obispo de Jerusalén, doctor de la Iglesia
Catequesis bautismal 4 (Les catéchèses, Les Pères dans la foi 53-54, Migne 1993), trad. sc©evangelizo.org
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