Aquel que es fruto de las entrañas de una única Virgen es la gloria y el honor de todas las demás vírgenes santas, porque ellas son también, como María, madres de Cristo si cumplen la voluntad de su Padre. La gloria y la dicha de ser la madre de Jesucristo resaltan en las palabras del Señor: “Quien cumple la voluntad de mi Padre que está en los cielos, éste es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mt 12,50).
Así indica el parentesco espiritual que los incluye en el pueblo que ha sido rescatado. Sus hermanos y sus hermanas son los hombres y las mujeres santos que participan con él en la herencia celestial. Su madre es la Iglesia entera, porque ella, por la gracia de Dios, engendra los miembros de Cristo, es decir, a los que le son fieles. Su madre es también cada alma santa que cumple la voluntad de su Padre y cuya caridad fecunda se manifiesta en aquellos que ella engendra para él, hasta que Cristo quede formado en ellos. (cf Gal 4,19)...
María es, ciertamente, la madre de los miembros del Cuerpo de Cristo, de todos nosotros, porque por su caridad ella ha cooperado en la generación de los fieles en la Iglesia, que son miembros de la cabeza divina, Cristo, de manera que ella es verdaderamente mi madre según la carne.
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