Lucas 12:13-21
Rico a los ojos de Dios
Lucas 12:13-21
Rico a los ojos de Dios
Cuerpo de Cristo, sálvame.
Sangre de Cristo, embriágame.
Agua del costado de Cristo, lávame.
Pasión de Cristo, confórtame.
¡Oh, buen Jesús!, óyeme.
Dentro de tus llagas, escóndeme.
No permitas que me aparte de Ti.
Del maligno enemigo, defiéndeme
En la hora de mi muerte, llámame.
Y mándame ir a Ti.
Para que con tus santos te alabe.
Por los siglos de los siglos.
Amén
“Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado ¿de quién será?”. La conducta del rico del Evangelio es más irrisoria que riguroso es el castigo eterno. En efecto, este hombre, que va a ser llevado de este mundo dentro de poco tiempo, ¿qué proyectos tiene en su espíritu? “Derribaré los graneros y construiré otros más grandes.” Yo, muy a gusto le diría: Haces bien, porque no merecen otra cosa que ser destruidos los graneros de la injusticia. Con tus propias manos, destruye de arriba abajo, lo que has construido deshonestamente. Deja derribar tus reservas de trigo; nunca han reconfortado a nadie. Haz desaparecer toda construcción refugio de tu avaricia, quita los tejados, derriba los muros, expone al sol el trigo enmohecido, saca tus riquezas de la prisión en que las tienes encerradas…
“Derribaré los graneros y construiré otros más grandes.” Una vez hayas llenado cada uno de ellos, ¿qué sacarás de hacer esto? ¿Los derribarás también para de nuevo construir otros? ¿Hay peor locura que atormentarse sin fin, construir encarnizadamente y volverse a encarnizar para destruir? Si tú lo quieres tienes como graneros allí donde moran los indigentes. Atesorad tesoros en el cielo. Lo que allí se deposita “ni los gusanos se lo comen, ni la herrumbre los oxida, ni los ladrones se lo llevan” (Mt 6,20).
San Basilio (c. 330-379)
monje y obispo de Cesárea en Capadocia, doctor de la Iglesia
Homilía 31 evangelizo.org
Santa María, Madre de Dios, consérvame un corazón de niño, puro y cristalino como una fuente. Dame un corazón sencillo que no saboree las tristezas; un corazón grande para entregarse, tierno en la compasión; un corazón fiel y generoso que no olvide ningún bien ni guarde rencor por ningún mal.
Fórmame un corazón manso y humilde, amante sin pedir retorno, gozoso al desaparecer en otro corazón ante tu divino Hijo; un corazón grande e indomable que con ninguna ingratitud se cierre, que con ninguna indiferencia se canse; un corazón atormentado por la gloria de Jesucristo, herido de su amor, con herida que sólo se cure en el
cielo.
Dios te salve, María, María madre, María a quien amo.
Amén.
El que se ama a sí mismo (Jn 12,25) no puede amar a Dios, pero el que a causa de las desbordantes riquezas del amor divino, no se ama a sí mismo, éste ama a Dios. Un hombre como éste no busca jamás su propia gloria sino la de Dios, porque el que se ama a sí mismo busca su propia gloria. El que está unido a Dios ama la gloria de su creador. En efecto, lo propio de una alma sensible al amor de Dios es buscar constantemente la gloria de Dios cada vez que cumple sus mandamientos, y se alegra de su pasar desapercibido. Porque la gloria pertenece a Dios por su grandeza, y el pasar desapercibido es lo propio del hombre, porque eso le hace ser de la familia de Dios. Si obramos así nuestro gozo será grande como lo fue el de san Juan Bautista y comenzaremos a repetir sin cesar: «Él tiene que crecer y yo tengo que menguar» (Jn 3,30).
Diadoco de Foticé (c. 400-?)
obispo
La perfección espiritual, 12
Cristo vino para resucitar a Lázaro, pero el impacto de este milagro será la causa inmediata de su arresto y crucifixión (Jn 11, 46s)... Sintió que Lázaro estaba despertando a la vida a precio de su propio sacrificio, sintió que descendía a la tumba, de dónde había hecho salir a su amigo. Sentía que Lázaro debía vivir y él debía morir, la apariencia de las cosas se había invertido, la fiesta se iba a hacer en casa de Marta, pero para él era la última pascua de dolor. Y Jesús sabía que esta inversión había sido aceptada voluntariamente por él. Había venido desde el seno de su Padre para expiar con su sangre todos los pecados de los hombres, y así hacer salir de su tumba a todos los creyentes, como a su amigo Lázaro... los devuelve a la vida, no por un tiempo, sino para toda la eternidad.
Mientras contemplamos la magnitud de este acto de misericordia, Jesús le dijo a Marta: "Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá, y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente." Hagamos nuestras estas palabras de consuelo, tanto en la contemplación de nuestra propia muerte, como en la de nuestros amigos. Dondequiera que haya fe en Cristo, allí está el mismo Cristo. Él le dijo a Marta: "¿Crees esto?". Donde hay un corazón para responder: "Señor, yo creo", ahí Cristo está presente. Allí, nuestro Señor se digna estar, aunque invisible, ya sea sobre la cama de la muerte o sobre la tumba, si nos estamos hundiendo, o en aquellos que seres que nos son queridos. ¡Bendito sea su nombre! nada puede privarnos de este consuelo: vamos a estar tan seguros, a través de su gracia, de que Él está junto a nosotros en el amor, como si lo viéramos. Nosotros, después de nuestra experiencia de la historia de Lázaro, no dudamos un instante que él está pendiente de nosotros y permanece a nuestro lado.
San John Henry Newman (1801-1890)
teólogo, fundador del Oratorio en Inglaterra
Sermón: "Las lágrimas de Cristo en la tumba de Lázaro» PPS, vol. 3, n°10
A veces, la mejor forma de orar es meterse en la escena, imaginando ser un personaje más en lo que está sucediendo, porque Dios hace nuevas todas las cosas.
En este cuadro, podemos ser las palomas, alimentadas con cariño por Jesús, que cuida de todas sus criaturas y les da lo necesario (no más), porque cada día tiene su afán.
Miramos la mirada y la postura de María, las manos y la sonrisa de san José, el vestido de Jesús, la mesa, las casas, el árbol, sentimos la brisa, escuchamos el canto de los pajarillos, nos perdemos en el paisaje...
Que tengáis una magnífica jornada en contemplación activa y acción contemplativa.
La oración es un diálogo; pero para poder orar es indispensable que yo descubra que estoy con alguien que me conoce, que me escucha, que capta todo lo que siento y todo lo que digo, y lo entiende perfectamente.
Por eso tengo que recordar que el Espíritu Santo no es una energía que me sana o que me hace bien. Es mucho más que eso, porque es Alguien, capaz de conocer y de amar perfectamente.
Él me llama por mi nombre, me reconoce perfectamente, porque él es Dios, y tiene una inteligencia infinita, una capacidad de captar todo a la perfección, sin que nada pueda escapar a su atención. Por eso no hay cosa que yo pueda ocultarle, ni sentimientos, ni planes que sean secretos para él, como dice el Salmo:
“Señor, tú me penetras y me conoces… Cuando la palabra todavía no llegó a mi lengua tú ya la conoces entera…Y si le pido a las tinieblas que me cubran, y a la noche que me rodee, para ti ninguna sombra es oscura y la noche es tan clara como el día" (Sal. 139, 1.4.11-12).
No podemos pedirle al Espíritu Santo que no nos conozca, que no penetre nuestros pensamientos, no podemos apartarlo para que él ignore algo, no podemos esconderle ni siquiera aquello que nos escondemos permanentemente a nosotros mismos. Por eso, cuando vamos a contarle algo, él sabe perfectamente de qué estamos hablando, no debemos tener temor de que no nos entienda, ni tenemos que esforzarnos para encontrar las palabras justas cuando queremos explicarle algo. Basta que lo digamos, porque él lo conoce mejor que nosotros.
Mons. Víctor Manuel Fernández
San José, guardián de la Sagrada Familia, te presentamos a cada una de nuestras familias. Te imploramos, por el ejemplo de tu valentía y de tu docilidad al Espíritu Santo, que asumamos con fidelidad y sabiduría las responsabilidades educativas y familiares que se les has confiado.
Te pedimos que podamos enseñar la fe a nuestros niños comenzando por nuestra manera de vivir. Por la oración de San José, Señor, bendice a todas las familias de la tierra, bendice a todas las comunidades, bendice y protege a nuestro país.
La semejanza que puede haber entre la parábola del grano de mostaza y la levadura se encuentra entre la del tesoro y la perla: las dos significan que es necesario elegir el mensaje evangélico a otra cosa... En efecto, el Evangelio se desarrolla como el grano de mostaza, impone su fuerza como la levadura; como la perla, es de un precio elevado; en fin, como un tesoro, otorga los más preciosos beneficios.
A este propósito, conviene saber no solo que es necesario desprenderse de todo para acogerle Evangelio, más aún es necesario hacerlo con alegría... Observa cuan inadvertido pasa la predicación del Evangelio en el mundo, del mismo modo, el mundo no ve los numerosos bienes que tiene en recompensa... Dos condiciones son pues necesarias: la renuncia de los bienes del mundo y un firme valor. Se trata, en efecto, «de un comerciante en busca de perlas finas» que «habiendo encontrado una de gran valor va y vende todo lo que tiene» para comprarla. La verdad es una, no se divide. Lo mismo que el poseedor de la perla conoce su riqueza, en el momento que la tiene en sus manos, por la pequeñez de la perla, los ayudantes no tienen duda, cuando lo saben, lo mismo estos que son instruidos por el Evangelio conocen su felicidad, los infieles, ignoran este tesoro, sin tener idea alguna de nuestra riqueza.
San Juan Crisóstomo (c. 345-407)
presbítero en Antioquía, después obispo de Constantinopla, doctor de la Iglesia
Homilía sobre San Mateo 47,2
"Cristo le devolverá el Reino a su Padre", dice san Pablo (1Co 15,24), no en sentido de que renunciaría a su poder devolviéndole su Reino, sino porque somos nosotros quienes seremos el Reino de Dios, cuando hayamos sido hechos conforme a la gloria de su cuerpo, constituidos Reino de Dios por la glorificación de su cuerpo. Es a nosotros a quienes devolverá al Padre, como Reino, según lo que está dicho en el Evangelio: "Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo" (Mt 25,34).
"Los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre". Porque el Hijo le entregará a Dios, como su Reino, a aquellos a los que convidó a su Reino, a aquellos a quienes prometió la bienaventuranza de este misterio, por estas palabras: "Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios" (Mt 5,8)... he aquí que aquellos que devuelve a su Padre como su Reino, ven a Dios.
El Señor mismo explicó a sus apóstoles en qué consiste este Reino: "El Reino de Dios está dentro de vosotros" (Lc 17,21). Y si alguno quiere saber quién es el que devuelve el Reino, que escuche: "Cristo resucitó de entre los muertos, para ser entre los muertos el primer resucitado. Ya que la muerte vino por un hombre, también por un hombre viene la resurrección " (1Co 15,20-21). Todo esto concierne al misterio del Cuerpo, porque Cristo es el primer resucitado de entre los muertos... Es pues, para el progreso de la humanidad asumida por Cristo, que "Dios lo será todo en todos" (1Co 15,28).
San Hilario (c. 315-367)
obispo de Poitiers y doctor de la Iglesia
La Trinidad, XI, 39-40 evangelizo.org
Los abuelos, transmisores de la FE
¡Feliz día de Santiago Apóstol, patrón de España!
Cuadro: “Aparición de la Virgen del Pilar al Apóstol Santiago” del pintor neoclasicista Vicente López Portaña.
Todos los que ven a Cristo no son iluminados del mismo modo sino según la medida de su capacidad de recibir la luz. Nuestros ojos corporales no siempre están iluminados del mismo modo por el sol. Cuanto más alto uno sube, más puede contemplar su salida y mejor percibe su resplandor y su calor. Del mismo modo, nuestro espíritu cuanto más alto se eleva y sube hasta Cristo, más descubrirá el esplendor de su claridad, más intensamente será iluminado por su luz. El Señor mismo lo declara por boca del profeta: “Acercaos a mí y yo me acercaré a vosotros.” (Zac 1,3)...
De manera que no todos nosotros nos llegamos a Cristo de la misma manera, sino que cada uno lo hace según “sus capacidades”. (Mt 25,15) O bien, nos vamos con las multitudes hacia él para que nos sacie con el pan de sus parábolas para no desfallecer por el camino (Mc 8,3), o bien, nos quedamos a sus pies, sin preocuparnos de nada más que de escuchar su palabra, sin dejarnos distraer por las múltiples necesidades del servicio. (Lc 10,38ss)... Sin duda alguna que los que se acercan así al Señor recibirán mucha más luz.
Pero, igual que los apóstoles, sin alejarnos nunca de él, “permanecemos” constantemente con él en las tribulaciones (Lc 22,28) Cristo nos explicará en secreto lo que había dicho a las multitudes y con más claridad todavía nos iluminará. (M13,11ss). En fin, si él encuentra a alguien capaz de subir a la montaña con él, como Pedro, Santiago y Juan, éste ya no sólo será iluminado por la luz de Cristo sino también por la voz del Padre.
Orígenes (c. 185-253)
presbítero y teólogo
Homilías sobre el Génesis 1,7; SC 7 evangelizo.org
Después de esto, nuestro Señor me hizo una revelación sobre la oración; en ella vi dos condiciones: una, la rectitud; la otra, la confianza firme. Muy a menudo nuestra confianza no es completa, pues no estamos seguros que Dios nos escuche, debido, pensamos, a que no somos dignos de ello y también porque no sentimos nada en absoluto. Con frecuencia nos encontramos tan vacíos y secos después de nuestras oraciones como lo estábamos antes. Y cuando nos sentimos de esa manera, es nuestra locura la causa de nuestra debilidad, así lo he experimentado en mí misma. Súbitamente nuestro Señor trajo todo esto a mi espíritu y me reveló estas palabras: “Yo soy el fundamento de tu súplica. Primero, es mi voluntad hacerte este don, luego hago de modo que lo desees y después que supliques por él. Si tú suplicas, ¿cómo podría suceder que no obtuvieras lo que pides?”
Nuestro Señor transmite una gran confianza. (…) Cuando dice: “Si tú suplicas”, muestra el gran deleite que le causa nuestra súplica y la recompensa infinita que por ella nos otorgará. Cuando dice: ”¿Cómo podría ser...?”, se habla como de una imposibilidad; pues nada podría ser más imposible que el que nosotros buscáramos misericordia y gracia y no la obtuviéramos. Porque todo lo que nuestro buen Señor nos hace suplicar, él mismo lo ha ordenado para nosotros desde toda la eternidad. Así, podemos ver aquí que no es nuestra súplica, sino su propia bondad, la causa de la bondad y la gracia que él nos da. Y esto es lo que realmente revela en todas estas dulces palabras, cuando dice: «Yo soy el fundamento». (…)
La súplica es un deseo sincero, gracioso y perseverante del alma, unida e incorporada a la voluntad de nuestro Señor por la dulce y secreta operación del Espíritu Santo. Nuestro Señor es el primer receptor de nuestra oración, según yo lo vi. La acepta con el mayor agradecimiento, y muy regocijado la envía al cielo, depositándola en un tesoro donde nunca perecerá. Allí, ante Dios y todos sus santos, es continuamente recibida, beneficiándonos siempre en nuestras necesidades. Y cuando alcancemos la bienaventuranza, se nos dará como una medida de alegría, con un agradecimiento infinito y glorioso por su parte.
Juliana de Norwich (1342-después de 1416)
reclusa inglesa
Revelaciones del amor divino, cap. 41: 14º revelación (Revelations of Divine Love, c. 41), trad. sc©evangelizo.org
“Orar no significa evadirse de la historia y de los problemas que plantea; significa optar por afrontar la realidad no solos, sino con la fuerza que viene de lo alto, la fuerza de la verdad y del amor, cuyo manantial está en Dios” San Juan Pablo II
"Bendita eres, María,
Debido a que María está asociada al Redentor, "como con un solo corazón", el nombre de María tiene una virtud saludable, como el nombre de Jesús.
Santa Brígida afirma haber oído de boca de la Madre de Dios:
“No hay en la Tierra pecador tan frío en el amor de Dios que invocando su nombre [el de María] con la buena voluntad de convertirse, no obligue al demonio a apartarse inmediatamente de él” (Revelaciones I, 3).
“Todos los demonios tiemblan ante mi nombre. Tan pronto como lo oyen, inmediatamente sueltan el alma que tenían cautiva en sus garras” (Revelaciones, I, 9).
"En cuanto oyen a las almas justas pronunciar mi nombre, los ángeles buenos se arremolinan a su alrededor" (Revelaciones, I, 9).
De Ligorio, Alfonso María (1987). Las glorias de María, X, 1 (pág. 190). París: Ediciones San Pablo.
Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos.» Hechos 4:12
Amado Padre que estás en el cielo, te damos gracias que nos has revelado el nombre Jesucristo, el nombre de tu Hijo, quien nos guía a ti como tus hijos. Que tu ayuda se vea claramente sobre todos los que sufren y mueren en nuestro tiempo. Que tu diestra traiga pronto una era nueva, un tiempo verdaderamente de Dios y del Salvador, para dar cumplimiento a lo que se ha prometido hace mucho tiempo. Guárdanos en este día y bendícenos. Continúa sosteniéndonos con tu mano poderosa en medio del sufrimiento, y que en la aflicción tu nombre siga siendo honrado. Que venga tu reino, irrumpiendo en todos los males del mundo, y que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo. Amén.
María Magdalena, apóstol al lado de los apóstoles
Las mujeres que llevaban los aromas, según el relato de San Juan el Teólogo,enviaron por delante a María Magdalena al sepulcro. Era de noche todavía, pero el amor lo iluminaba todo: al darse ella cuenta de que la piedra que cerraba la puerta del sepulcro había sido rodada se volvió a decir: «Discípulos, sabed lo que he visto: la piedra ya no cierra el sepulcro. ¿Se habrán llevado a mi Señor? Tampoco había guardianes, habían huido. ¿Habrá resucitado el que ofrece la resurrección a los hombres caídos?»...
Al que todo lo ve, viendo a María Magdalena vencida por el llanto y abatida por la tristeza, se le partió el corazón... El que sondea los riñones y los corazones, sabiendo que María iba a reconocer su voz, él, el buen pastor, llama a su oveja: «María» le dice y enseguida ella le reconoce: «Ciertamente es mi buen pastor el que me llama para poder contarme, desde ahora, entre las noventa y nueve ovejas. Sé muy bien quien es el que me llama: ya lo había dicho, es mi Señor, es él el que ofrece la resurrección a los hombres caídos.»...
El Señor le dice: «Mujer, que de ahora en adelante tu boca proclame estas maravillas y las explique a los hijos del Reino que están esperando que me desvele, yo, el Viviente. Date prisa, María, reúne a mis discípulos...; despiértalos como si hubieran tenido un sueño para que vengan a mi encuentro con antorchas encendidas. Ve y diles: el Esposo se ha despertado y sale de su sepulcro... Apóstoles, echad de vosotros esta tristeza mortal porque se ha despertado el que ofrece la resurrección a los hombres caídos...»
«De repente mi luto se ha convertido en alborozo, ya para mí todo es gozo y alegría. No tengo ninguna duda en afirmarlo: he recibido la misma gloria que Moisés; he visto, sí, he visto, no sobre el monte sino en el sepulcro, no velado por una nube sino en su mismo cuerpo, he visto al Señor de los seres incorpóreos y de las nubes, al que es, al que era y al que viene. Es él quien me ha dicho: «Apresúrate, María, y revela a los que me aman que he resucitado. Lleva a los descendientes de Noé esta buena noticia tal como la paloma llevó el ramo de olivo (Gn 8,11). Diles que la muerte ha sido destruida y que se levantó del sepulcro el que ofrece la resurrección a los hombres caídos.»
San Romano el Melódico (?-c. 560)
compositor de himnos
1er Himno de la Resurrección
Mismo antes de la venida del Salvador, los santos no ignoraban que Dios tiene designios de paz para el ser humano. No hacía nada sobre la tierra sin revelarlo a sus servidores, los profetas. Este designio, sin embargo, permanecía escondido a muchos (…). Pero los que presentían la redención de Israel, anunciaban que Cristo vendría en la carne y con él, la paz: “Cuando él vendrá, habrá paz en la tierra”. (…)
Sin embargo, mientras ellos predecían la paz y el autor de la paz tardaba en llegar, la fe del pueblo se debilitaba ya que no había nadie para rescatarlos y salvarlos. Se quejaban de esa tardanza. Anunciado en otros tiempos por la boca de los santos profetas, el Príncipe de la Paz no llegaba. (…) Como si alguien en la multitud respondiera a los profetas: “¿Cuánto tiempo nos tendrán todavía en suspenso? Hace mucho tiempo que ustedes anuncian la paz y ella no llega. Prometen maravillas y todavía hay turbación. Esta promesa nos fue dicha de distintas maneras y en forma variada. Los ángeles lo anunciaron a nuestros padres y nuestros padres nos lo contaron: “Paz, paz: pero no hay paz” (…). ¡Qué Dios pruebe que “sus mensajeros son dignos de fe!”, si es cierto que son sus mensajeros! ¡Qué él mismo venga! ”. (…)
Por eso, sus promesas son dulces y consoladoras: « He aquí que el Señor aparecerá, no mentirá. Si tarda, espéralo, porque va a llegar, no tardará” o también “Su tiempo está cerca, sus días no tardarán”. Finalmente, “Aquí estoy. Haré correr hacia ustedes un río de paz y la gloria de las naciones como un torrente que desborda”.
(Referencias bíblicas: Am 3,7; Miq 5,5; Lc 1,70; Is 9,5; Heb 1,1; Jer 6,14; Ecli 36,15; cf. Hab 2,3; Is 14,1; Is 33,12)
San Bernardo (1091-1153)
monje cisterciense y doctor de la Iglesia
Sermón
sobre el Cantar de los Cantares 2, (Sermons sur le Cantique des
Cantiques 2, in: Lire la Bible avec les Pères, VI, Isaïe, Médiaspaul,
2000), trad. sc©evangelizo.org
Divino Niño Jesús que bendices y proteges las casas donde está expuesta y es honrada tu Sagrada Imagen: Te elegimos hoy y para siempre por Señor y Dueño de nuestra casa, y te pedimos que te dignes demostrar en ella tu poderoso auxilio, preservándola de las enfermedades, del fuego, del rayo, de las inundaciones, de los terremotos, de los ladrones, de las discordias, y de los peligros de la guerra.
Bendice y protege a las personas que aquí habitan y concédeles la paz, una gran fe, verdadero amor a Dios y al prójimo, paciencia en las penas, esperanza en la vida eterna, facilidades de trabajo, empleo y estudio, y la gracia de evitar los malos ejemplos, el vicio, el pecado, la condenación eterna y todas las demás desgracias y accidentes.
Amén.
San José, ruega a Jesús que venga a mi corazón y lo inflame de caridad.
San José, ruega a Jesús que venga a mi inteligencia y la ilumine.
San José, ruega a Jesús que venga a mi voluntad y la fortalezca.
San José, ruega a Jesús que venga a mis pensamientos y los purifique.
San José, ruega a Jesús que venga a mis afectos y los ordene.
San José, ruega a Jesús que venga a mis deseos y los dirija.
San José, ruega a Jesús que venga a mis acciones y las bendiga.
San José, haz que Jesús me done su Santo Amor.
San José, haz que Jesús me done la imitación de sus virtudes.
San José, haz que Jesús me done la verdadera humildad de espíritu.
San José, haz que Jesús me done la paz del alma.
San José, haz que Jesús me done el santo temor de Dios.
San José, haz que Jesús me done el deseo de la perfección.
San José, haz que Jesús me done la dulzura de carácter.
San José, haz que Jesús me done un corazón puro y caritativo.
San José, haz que Jesús me done la gracia de soportar con paciencia los sufrimientos de la vida.
San José, por el amor que le diste a Jesús ayúdame a amarlo de verdad.
San José, recíbeme y protégeme como tu fiel devoto.
San José, yo me pongo en tus manos, acéptame y socórreme.
San José, no me abandones en la hora de mi muerte.
Amén
San José, ¡ruega por nosotros!
María, la Madre de Jesús sabía bien que la redención se realizaría por la muerte de su hijo; y a pesar de ello ¡cuánto lloró y sufrió!
Si el Señor se os manifiesta, dadle gracias; y si se esconde, haced lo mismo; todo eso no es más que un juego de amor. Que la Virgen María en su gran bondad continúe alcanzándoos del Señor la fuerza para soportar sin doblegaros las numerosas pruebas de amor que él os da. Deseo que lleguéis incluso a morir con él en la cruz, y que con él podáis llegar a exclamar: «Todo se ha cumplido.» (Jn 19,30)
Que María transforme en gozo todos los sufrimientos de tu vida.
San [Padre] Pío de Pietrelcina (1887-1968)
capuchino
GC,21; AdFP,563; GC,24 evangelizar.org
Jesús promete a sus discípulos que cuando llegue a la presencia del Padre enviará al Paráclito, el Espíritu Santo: “El Paráclito que yo les enviaré de parte del Padre dará testimonio de mí” (Jn 15, 26). ¿Qué significado tiene este “testimonio?”
El Espíritu Santo da testimonio de Cristo en nuestro interior, porque los discípulos deben soportar la persecución, el rechazo del mundo, y para mantenerse firmes en la prueba necesitan de la fortaleza interior que sólo el Espíritu Santo puede dar. El Espíritu hace presente el amor de Jesús y el recuerdo de sus palabras en el corazón de los discípulos, cuando todo el mundo está proclamando un mensaje diferente.
Cuando la fe sea puesta a prueba, el Espíritu Santo defenderá a Cristo, luchará a su favor dentro de nuestro propio corazón, para que nos aferremos a su amor y no nos dejemos seducir por los atractivos del mundo que quieren ocupar el primer lugar en nuestros deseos y en nuestros planes.
Pero más que pensar que el Espíritu Santo da argumentos en favor de Cristo, hay que pensar en la vida sobrenatural que él comunica a los creyentes, vida que es paz y alegría, fortaleza y valentía; y esa vida es Cristo mismo resucitado, viviendo en el creyente.
Con esa vida interior, el creyente puede atreverse a dar testimonio de Cristo en medio del mundo adverso, sin avergonzarse de su fe en Jesús: “Ustedes también darán testimonio de mí” (Jn 15, 27)
Mons. Víctor Manuel Fernández
“San Pedro Damián nos cuenta que su hermana se quedó en el Purgatorio varios años porque escuchaba con gusto ciertos tipos de música.
18 de julio
Jesús promete a sus discípulos que cuando llegue a la presencia del Padre enviará al Paráclito, el Espíritu Santo: _“El Paráclito que yo les enviaré de parte del Padre dará testimonio de mí”_ (Jn 15, 26). ¿Qué significado tiene este “testimonio?”
El Espíritu Santo da testimonio de Cristo en nuestro interior, porque los discípulos deben soportar la persecución, el rechazo del mundo, y para mantenerse firmes en la prueba necesitan de la fortaleza interior que sólo el Espíritu Santo puede dar. El Espíritu hace presente el amor de Jesús y el recuerdo de sus palabras en el corazón de los discípulos, cuando todo el mundo está proclamando un mensaje diferente.
Cuando la fe sea puesta a prueba, el Espíritu Santo defenderá a Cristo, luchará a su favor dentro de nuestro propio corazón, para que nos aferremos a su amor y no nos dejemos seducir por los atractivos del mundo que quieren ocupar el primer lugar en nuestros deseos y en nuestros planes.
Pero más que pensar que el Espíritu Santo da argumentos en favor de Cristo, hay que pensar en la vida sobrenatural que él comunica a los creyentes, vida que es paz y alegría, fortaleza y valentía; y esa vida es Cristo mismo resucitado, viviendo en el creyente.
Con esa vida interior, el creyente puede atreverse a dar testimonio de Cristo en medio del mundo adverso, sin avergonzarse de su fe en Jesús: “Ustedes también darán testimonio de mí”(Jn 15, 27).
Mons. Víctor Manuel Fernández
18 de Julio
El pueblo creyente reconoce en la Iglesia la familia que tiene por madre a la Madre de Dios.
En la Iglesia confirma su instinto evangélico según el cual María es el modelo perfecto del cristiano, la imagen ideal de la Iglesia.
"La Iglesia ha alcanzado en María la perfección" La Madre de Dios glorificada ya en los cielos en cuerpo y alma, es imagen y principio de la Iglesia, que habrá de tener su cumplimiento en la vida futura; así en la tierra precede con su luz al peregrinante pueblo de Dios, como signo de esperanza cierta y de consuelo hasta que llegue el dia del Señor.
MARÍA, SIGNO DE ESPERANZA CIERTA Y DE CONSUELO PARA EL PUEBLO PEREGRINO, QUE NO ME CANSE DE PROFUNDIZAR LAS COSAS DE DIOS
Padre Nuestro...
Ave María...
Gloria...
(Padre Alfonso Milagro)
Señor, te doy gracias de corazón, pero aumenta mi fe, porque a veces me envuelven las dudas.
Señor, haz que mi fe sea plena, que sepa abrirte mis pensamientos y sentimientos y acciones, mi pasado, mi presente y mi futuro, sin reservas.
Señor, haz que mi fe sea coherente, que acepte las renuncias y los deberes que comporta y sepa hacerla en cada momento de mi vida.
Señor, haz que mi fe sea fuerte, que madure ante la contradicción de los problemas, que encuentre cimiento más firme ante quienes la rechazan.
Señor, haz que mi fe sea alegre, al saber y sentir que tu amor me envuelve, al descubrir en cada persona la huella de tu gloria.
Señor, haz que mi fe sea activa que sepa verte en los pobres y en cuantos me necesitan y sepa avanzar por el camino de servicio y la entrega.
Señor, haz que mi fe sea humilde.
Porque estoy envuelto en debilidades, que apoye mi fe en la fe de los hermanos, en la fe de la Iglesia.
Señor, haz que mi fe sea contagiosa, a través de mis palabras, mi sonrisa y mi vida entera.
Que sepa transmitir, Señor, que Tú eres lo mejor que me ha pasado. Amén
Julio 17
Santa era santa Marta, aunque no dicen era contemplativa; pues, ¿qué más queréis que poder llegar a ser como esta bienaventurada que mereció tener a Cristo nuestro Señor tantas veces en su casa y darle de comer y servirle y comer a su mesa? Si se estuviera como la Magdalena, embebida, no hubiera quien diera de comer a este divino huésped. Pues pensad que es esta congregación la casa de santa Marta, y que ha de haber de todo. Y las que fueren llevadas por la vida activa, no murmuren a las que mucho se embebieren en la contemplación... Ténganse por dichosas en andar sirviendo con Marta. Miren que la verdadera humildad está mucho en estar muy prontos en contentarse con lo que el Señor quisiere hacer de ellos y siempre hallarse indignos de llamarse sus siervos.
Pues, si contemplar y tener oración mental y vocal, y curar enfermos y servir en las cosas de casa, y trabajar sea en lo más bajo, todo es servir al huésped que se viene con nosotras a estar y a comer y recrear ¿qué más se nos da en lo uno que en lo otro? No digo yo que quede por nosotras, sino que lo probéis todo, porque no está esto en vuestro escoger, sino en el del Señor... dejad hacer el Señor de la casa.
Santa Teresa de Ávila (1515-1582)
carmelita descalza y doctora de la Iglesia
Camino de Perfección, 17, 5-7 evangelizo.org