Cuenta la mística católica que la Virgen María y san José conversaban sobre los misterios del Señor, quien ya había cumplido el año de edad. Los esposos hablaban de la bondad de Dios que había decidido encarnarse y padecer las penalidad de la naturaleza humana.
San José expresaba su admiración y alabanza hacia el Señor por esta obra de amor cuando el Niño Jesús, en brazo de la Virgen María lo miró y le dijo:
“Padre mío, yo vine del cielo a la tierra para ser luz del mundo y rescatarle de las tinieblas del pecado, y para buscar y conocer mis ovejas como buen pastor y darles pasto y alimento de vida eterna y enseñarles el camino para ella y abrir las puertas que por sus pecados estaban cerradas; quiero que seáis los dos hijos de la luz, pues la tenéis tan cerca“. (Mística Ciudad de Dios, nota 681).
El amor y agradecimiento de un padre
Estas palabras inundaron el corazón de san José de amor, reverencia y alegría. Se puso de rodilla ante el Niño Jesús con humildad y le agradeció porque la primera palabra que le había oído pronunciar fue “Padre”.
Entre lágrimas le pidió al Señor que su luz divina lo alumbrase y que su lo guiara en el cumplimiento de su perfecta voluntad.
Sor María de Jesús Agreda comenta:
“Pero aunque San José no era padre natural del Niño Dios, sino putativo, el amor que le tenía excedía sin medida a todo lo que los padres naturales han amado a sus hijos, porque en él fue la gracia y aun la naturaleza más poderosa que en otros y en todos los padres juntos” (Mística Ciudad de Dios, nota 682).
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