El purgatorio no es una cárcel terrible en la cual el alma es prisionera de la venganza divina. NO. El purgatorio es una penosa purificación para hacer capaz al alma de gozar plenamente de la felicidad del paraíso.
¿Quién podría decir que es cruel quitarle la pelusa del ojo a alguien para que pueda disfrutar de la belleza del paisaje? ¿Quién consideraría una crueldad el hacer tomar al
enfermo de estómago una amarga medicina para que pueda disfrutar del banquete al que está invitado?
El alma, en el purgatorio, es una alma enferma que necesita las medicinas de los sufragios, oraciones y misas para sanarse y ser feliz. En el purgatorio, debemos pagar hasta el más mínimo pecado y lavar la más mínima mancha.
Por eso, no debemos dejar pasar fácilmente los
pecados veniales, como si no tuvieran importancia.
Todo pecado, hasta el más pequeño, es una imperfección y una falta de amor a Dios.
Aquellos que dicen:
“Con un rinconcito en el cielo me conformo”, no saben lo que dicen. Tendrán grandes padecimientos con vivísimos deseos de hacer las buenas obras que no hicieron y verán a muchas almas a quienes han privado de sus buenas
acciones. Toda pereza y todo desinterés por mejorar se convertirá en el más allá en gran tormento del alma.
Santa Faustina Kowalska dice en su Diario: “Hoy he conocido interiormente en lo profundo de mi alma lo horrible y espantoso que es el pecado, aun el más
pequeño. Preferiría padecer mil infiernos antes que cometer aún el más pequeño pecado venial”
(Del libro "Más allá de la muerte, del P. Ángel Peña O.A.R.)
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