Querido amigo/a
El cansancio físico
es fácil de restablecer; después de una jornada agotadora de trabajo, un buen
sueño reparador, una mañana de relax y una sana comida nutritiva, reponen
nuestras fuerzas. Pero existen cansancios que son difíciles de descansar: los
cansancios del alma, los cansancios espirituales, interiores. Estos no se
reponen fácilmente. Están formados por la suma de heridas afectivas,
decepciones con otras personas, insatisfacciones personales, injusticias acumuladas, sueños frustrados… El cansancio del alma es
duro, arrastra por el suelo toda nuestra existencia, por mucho que cerremos los
ojos, no podemos huir de sus secuelas. Es necesario tratarlo.
Jesús, el sanador de
Nazaret, cura este cansancio. Los creyentes, a menudo tenemos la ocasión de
dejarnos curar por este médico. El sacramento de la reconciliación, el retiro
espiritual, la oración meditativa, los ejercicios espirituales, el acompañamiento
personal…, son algunos de los mecanismos al alcance de nuestra mano, a través
de los cuales el Espíritu Santo actúa sanando. Venid a mí todos los que estáis
cansados y agobiados, y yo os aliviaré, nos dice Jesús en el evangelio de hoy.
Jesús invita a todos
los cansados, a todas las personas agobiadas por los múltiples mecanismos de
represión y les propone llevar otro yugo, otra carga: la de la libertad, que
exige al mismo tiempo humildad y mansedumbre, es decir, honestidad personal y
capacidad de diálogo y tolerancia para poder ser curados; porque la soberbia y
la violencia cierran la puerta a toda posible sanación. Mientras que en la
libertad que nace de la paz interior y sinceridad, el corazón humano puede
descansar. Es la libertad que podemos conquistar en Jesús, si nos abrimos a Él
a través de los mecanismos que citábamos antes.
Déjate querer hoy
por Jesús y ofrécele aquellos cansancios de tu alma que necesitan ser tratados
por Aquel que puede dar paz a tu corazón.
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