Hijo mío, tienes que morir a ti mismo para ser mi discípulo. Tienes que morir y ser enterrado como el grano para estallar de vida en santidad. Tienes que odiar, hijo. Sí, entiéndeme bien. Odiar, en aquel sentido de desprendimiento y desapego. No puedes poner tu corazón en el mundo, en bienes materiales, en las personas ni en ti mismo, porque esto solo te hiere y frustra más.
Si quieres seguirme, niégate a ti mismo, esto es, no pienses más en ti, carga tu cruz, abrázala y sígueme. La puerta que conduce a la condenación es amplia y ancha; en cambio, la que conduce a la vida eterna es estrecha. Debes dejar tu corazón únicamente en Mí, debes confiar en Mí, tu Dios, que todo lo puede.
Confiesa tus pecados a mi representante en la tierra, el sacerdote, come y bebe mi Carne y Sangre oculta en el Sacramento, llama a mi Madre y ámala con todo tu corazón. Persevera, sé fiel y te prometo la vida eterna. Mi Palabra es veraz y no mentirosa. Si tu confianza es grande, y tu esfuerzo por alcanzar la santidad constante, mi generosidad y mis gracias no tendrán límites.
Mi Misericordia desea colmar tu corazón. Ábrelo.
Del Facebook de Alejandro María
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