Cada mañana, cuando te levantes, pide a Dios el don de la alegría.
Incluso en las adversidades mantén la calma y la cara sonriendo.
En el silencio de tu corazón siempre ten presente que Dios te quiere y que Él siempre te acompaña.
Una y otra vez, dedica tu mirada a observar y admirar las buenas cualidades de los otros.
Sin ningún miramiento, siempre aleja de tu vida la tristeza.
Evita las quejas y las críticas: no hay nada que sea tan deprimente.
Esfuérzate en tu trabajo y en tus obligaciones con el corazón gozoso y alegre.
Siempre ofrece a los visitantes una acogida afable y benévola.
Aleja de ti los sufrimientos y piensa como hacer llegar la alegría a los
otros.
Repartiendo alegría, ten seguro que también la obtendrás para ti mismo.
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