Pues
aun naciendo en pesebre
nos
recuerdas que, de este mundo arropado por la riqueza
será
polilla, poco o nada en nuestro atardecer.
Nos
recuerdas como Rey, Señor,
que
siendo rico sólo te visitaron los pastores.
Que
teniéndolo todo, cerraste los ojos al mundo desnudo,
abandonado
y desprestigiado por todo hombre.
Nos
recuerdas que, teniendo altos tronos,
quisiste
uno de madera y en forma de cruz.
Y
que, pudiendo tener un escuadrón velándote,
tan
sólo un mal ladrón y un buen ladrón también,
te
hicieron compañía en las horas de soledad amarga.
¡No
sobras, Señor y Rey!
Que,
tus Palabras, en cada momento de nuestra vida
son
sabiduría, fuerza, valor y esperanza.
Que,
tus miradas, cuando las nuestras ya no miran a nadie,
son
pregunta sobre el hermano que, tal vez, dejamos caer.
¡No
sobras, Señor y Rey!
Sobran,
posiblemente, muchos “señores” y también algunos “reyes”; señores
que, sin serlo, infunden temor y miedo,
y
reyes que, siéndolo, no saben acompañar a su pueblo.
Tú,
Señor, no sobras: ¡ERES REY!
Si
te fallamos, revístenos con la coraza de tu Gracia.
Si
caemos, levántanos con el cetro de tu fuerza.
Si
dudamos, clarifícanos con la nitidez de tu Palabra.
Si
te traicionamos, haznos comprender el error de nuestros pecados.
¡No
sobras, Señor y Rey!
Sobran
en estos pequeños reinos,
de
peligrosos puentes elevadizos sobre el odio y la sangre,
la
sinrazón y la tristeza, la violencia y la angustia,
las
horas amargas y los momentos de llanto
Faltan,
Señor, en este reino de castillos todo fachada
la
verdad y el amor, la justicia y el perdón,
la
vida y la gracia, la hermandad y la ternura
¡Falta
tu Reino, Señor!
P.
Javier Leoz
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