En medio de la noche, escuchando
el gemir del mundo sales a nuestro encuentro,
oh Dios, sin más anuncio ni cortejo
que el silencio de la noche estrellada.
Naces, para que renazca nuestra vida
y nuestros ojos, distraídos por las luces,
se fijen en el “Lucero Divino” de un pesebre.
Déjame, Señor, en la oscuridad de esta noche
ser ángel pregonero de tu misterio:
que el hombre se entere, de una vez
para siempre, que vienes a divinizarle,
a infundirle calor, frente al frío del mundo.
Déjame, Señor, ser fuego alrededor de tu cuna
para que, el mundo también comprenda,
que cuanto más lejos estamos de ti,
más riesgo corre el corazón del hombre
de quedarse sin amor y romperse para siempre.
Déjame, Señor, ser estrella de tu Nacimiento
y, reyes y plebeyos, ricos y pobres,
puedan escuchar que, algo nuevo, ha acontecido.
Déjame, Señor, ser cuna de tu frágil cuerpo
y, el mensaje de paz que tu rostro irradia,
pueda yo acogerlo y llevarlo
hasta los confines y rincones más oscuros.
En medio de la noche, Señor, naces,
silencioso pero lleno de amor, humilde,
pero envuelto en la grandeza de Dios,
pequeño, pero inalcanzable en su esplendor.
En medio de la noche naces, Señor
apareces sin imponerte a nadie.
Sólo el amor habla.
Sólo el amor aguarda.
Sólo el amor canta.
Sólo el amor nace.
Sólo el amor… de Dios en Belén.
¡Gracias, Jesús!
P. Javier Leoz
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