¡Oh Santísima
Virgen María de Guadalupe!
Nada, nada veo en
este hermosísimo
retrato que no me
lleve a conocer las altas
perfecciones de que
dotó el Señor
a tu alma
inocentísima.
Ese lienzo grosero
y despreciable;
ese pobre pero
feliz ayate en que se ve
estampada tu
singular belleza, dan claro
a conocer la
profundísima humildad
que le sirvió de
cabeza y fundamento
a tu asombrosa
santidad.
No te desdeñaste de
tomar la pobre tilma
de Juan Diego, para
que en ella estampase
tu rostro, que es
encanto de los ángeles,
maravilla de los
hombres y admiración
de todo el
universo.
Pues, ¿cómo no he
de esperar
yo de tu
benignidad, que la miseria
y pobreza de mi
alma no sean
embarazo para que
estampes en ella
tu imagen
graciosísima?
Yo te ofrezco las
telas de mi corazón.
Tómalo, Señora, en
tus manos
y no lo dejéis
jamás, pues mi deseo
es que no se emplee
en otra cosa
que en amarte y
amar a Dios.
Amén.
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