¡Ven, Señor, y no tardes demasiado!
Estamos cansados de tantas promesas
falsas.
A cada momento nos asaltan dudas,
incertidumbres, fracasos, bofetadas,
traiciones, desencuentros, engaños.
¡Ven, Señor, no te demores!
Pensamos haber atinado el futuro,
y estamos inmersos en constantes
fracasos.
Creemos ser portadores de humanidad,
y aniquilamos, una y otra vez,
inocentes y víctimas de nuestro vivir
opulento.
¡Ven, Señor, no retrases tu llegada!
Porque, entre otras cosas, sentimos
que la tiniebla
se impone con más rapidez que la
misma luz,
que los engaños se disparan a más
velocidad
que la verdad que pide y exige el
hombre.
¡Ven, Señor, y endereza nuestros
caminos!
Haznos buscar un desierto en el que
hablarte.
Un desierto en el que encontrarte.
Un desierto en el que buscarte.
Un desierto en el cual poder
escucharte.
¡Ven, Señor, y allana nuestros
senderos!
Rebaja nuestro orgullo, para
conquistarte con humildad.
Alisa nuestra dispersión, para
quererte sólo a Ti.
Pule nuestro vivir, para que tengas
más cabida en él.
¡Ven, Señor, y no aplaces tu vuelta!
Entre otras cosas, porque cada día
que pasa,
sentimos que el mundo está más herido
de muerte
si Tú le faltas por dentro,
si Tú no le envías tu esperanza
y tu aliento.
¡Ven, Señor, y acelera tu llegada!
P.
Javier Leoz
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