Jesús, no quiero abandonarte, antes bien, deseo dar testimonio de ti a los hombres. Quiero darte a conocer a quienes no han oído hablar de ti. Sé que no será fácil, porque el mundo odia los que te pertenecemos, pero “Tú has vencido al mundo”, y con esa confianza, quiero aventurarme en el anuncio de tu Persona. Catholic.net
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sábado, 31 de agosto de 2013

Tus brazos y mis brazos



Los tuyos, María, siempre abiertos
 
Los míos, de vez en cuando, cerrados
 
Tus brazos, María, sosteniendo y animando
 
Los míos, en algunas ocasiones, echando peso
 
Tus brazos, María, aguardando
 
Los míos, a veces, desesperados
 
Los tuyos, Virgen María, acariciando
 
Los míos, queriendo o sin querer, arañando
 
Tus brazos, María, contemplando a Cristo
 
Los míos, María, perdidos en cosas secundarias
 
Los tuyos, María, arropando y acunando
 
Los míos, María, vacíos y egoístas
 
Los tuyos, María, acompañando al que sufre
 
Los míos, María, volcados en sí mismos
 
Tus brazos, María, elevados hacia Dios
 
Los míos, María, buscando las cosas de cada día
 
Tus brazos, María, empujando hacia adelante
 
Los míos, María, cansados de la lucha de cada jornada
 
Tus brazos, María, reconfortando 
 
Los míos, María, abatidos y deseando ser abrazados
 
¿Dónde el secreto de tus fuertes brazos?
 
¿Dónde la fuerza que los mantiene eternamente abiertos?
 
¿Dónde el secreto de su ser divino?
 
No me lo digas, María, ya lo sé:
 
Tus brazos son prolongación
 
de aquellos otros brazos
 
que nos aguardan en el cielo: los de Dios.
Amén.


Padre Javier Leoz

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