En
Mogoro, Cerdeña, el lunes de Pascua, en abril de 1604, don Salvador
Spiga, párroco de la iglesia de San Bernardino, estaba celebrando la
Misa. Luego de la consagración comenzó a distribuir la Comunión a los
fieles. En ese momento se acercaron dos hombres, conocidos por todos a
causa de la vida disoluta que llevaban y que estaban en pecado mortal.
Cuando el párroco les dio la Comunión, ambos la escupieron
inmediatamente sobre la piedra del balaústre. Explicaron lo sucedido
diciendo que las Hostias hervían como carbones encendidos y que les
había quemado la lengua. Luego, sintiendo remordimiento por no haberse
confesado antes, escaparon. Don Salvador hizo que se recogieran las
sagradas Hostias y vio que en la piedra habían quedado como esculpidas
las huellas de las dos Partículas. Ordenó que se lavase cuidadosamente
la piedra, esperando que las huellas fuesen canceladas. Pero todo
intento resultaba inútil.
Numerosos
historiadores, entre ellos el sacerdote Pedro Cossu y el Padre Casu,
describen las pruebas de veracidad realizadas por el Obispo, Monseñor
Antonio Surredo, y por sus sucesores.
Entre
los documentos más importantes que confirman el Milagro, tenemos el
acto público depuesto por el Notario Pedro Antonio Escano, el 25 de mayo
de 1686, con el que el Rector de Mogoro estipuló un contrato para la
construcción de una pequeña urna de leño dorado en la parte superior del
altar mayor y, en cuya base, debería contener una cavidad para acoger
la “piedra del milagro”. Esta debía ser conservada dentro de una caja
decorosa y colocada en modo que sea vista por los fieles. La piedra
presenta aún hoy las huellas circulares de las dos Hostia.
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