Solos no podemos.
Por más que digamos que queremos cambiar y hagamos propósitos para hacerlo, no llegaremos muy lejos sin la ayuda de Dios, y ésta se pide en la oración.
Por eso lo primero que debemos hacer si queremos realmente cambiar de vida y dejar de pecar, es rezar, al menos las tres avemarías cada día, ya que la Virgen ha prometido que quien las rece no se perderá.
Dios nos debe ayudar a ser mejores, porque Él es quien da la gracia para ser buenos, puesto que sin la ayuda de Dios no podemos decir ni siquiera Jesucristo es el Señor.
Generalmente inmediatamente después de cometido el pecado, cuando sobreviene el momento de reflexión, nos proponemos cambiar y ya no pecar. Pero si lo tratamos de hacer solos, no llegaremos lejos. Pidamos entonces ayuda a Dios y acerquémonos a los Sacramentos, a la Confesión y a la Eucaristía, y que Jesús mismo, entrando en nosotros, nos dé la fuerza suficiente para ir mejorando de a poco.
Y tengámonos paciencia, porque el niño, cuando aprende a caminar, no lo hace de una sola vez, sino que muchas veces cae a tierra y se lastima, pero con el tiempo lo hará cada vez mejor.
¿Qué se podría decir de un niño que al aprender a caminar, al caerse la primera vez, ya no quisiera intentarlo? Diríamos que no está bien. Entonces tampoco nosotros nos desalentemos si vamos dando tumbos. Con el tiempo, la perseverancia y la oración, llegaremos a vivir sin pecar, al menos gravemente.
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