Cuando era joven leí un libro que me impresionó mucho. Se titulaba “Buscando a Dios”. El autor era Guy de Laurigaudie. Transcurrieron los años y todavía hoy recuerdo algunos de sus pasajes y reflexiones. Me han servido para acercarme más a Dios.
“Muchos viven casi sin pecado. Su vida discurre sin tropiezos en el marco ordinario de su oficio, de su familia. Cumplen la voluntad de Dios a través de las principales obligaciones de su vida cotidiana. Pero su existencia parece vulgar, fría, sin luz; les falta amor de Dios. Son como hogares bien construidos, pero sin fuego. Son buenos, pero no santos.
Hay que tener el corazón totalmente lleno de Dios, como un novio tiene el corazón lleno de la mujer que ama”.
Hoy mientras conducía el auto hacia mi trabajo pensaba en esto.
Pasaron muchos años para entender a cabalidad esta reflexión.
Me habría gustado ser santo, agradar a Dios, vivir sumergido en su amor.
Soy de los que han vivido buscando a Dios, pero sin ir más allá, sin dar ese paso que nos acerca a su Amor. Sin la confianza plena, sin el abandono.
Comprendí lo que me falta: “Tener el corazón totalmente lleno de Dios”.
Esa ha sido la diferencia entre un hombre bueno y uno santo… Un poco más de amor, un poquito más. Es como una frontera que no nos atrevemos a cruzar por la comodidad y el miedo, la incertidumbre, la desconfianza. Yo quisiera dar ese paso, ir más allá, confiar plenamente, vivir en las manos de Dios.
Todo sería diferente para mí. No me agobiaría la falta de dinero, ni los problemas cotidianos, porque tendría la certeza de un Padre bueno que vela por mí.
He visto algunas personas que se han atrevido. En sus miradas brilla la ilusión, derraman por doquier paz, esperanza, felicidad. Siempre están alegres. Y experimentas en su cercanía la presencia de Dios. Sabes que Dios está en ellos.
He visto algunas personas que se han atrevido. En sus miradas brilla la ilusión, derraman por doquier paz, esperanza, felicidad. Siempre están alegres. Y experimentas en su cercanía la presencia de Dios. Sabes que Dios está en ellos.
Ojalá te animaras también a cruzar esta frontera y te decidas por Dios.
Hagámoslo juntos. Crucemos en grupo, vivamos para Dios, en su Amor.
Imagina el rostro de Dios cuando una multitud se anime.
Imagina el rostro de Dios cuando una multitud se anime.
¡Vale la pena hacerlo!
Todo lo que se hace por Dios vale la pena.
Escrito: Claudio De Castro
Fuente: periodismocatolico.com
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