Cuando las energías del alma arrancan del espíritu del hombre las envidias carnales, el deseo de Dios suspira, gime, en él. El alma entrelaza entonces esos suspiros -la oración interior- cómo la abeja construye un rayo de miel en el panal. Así se construye el palacio de Dios en el alma. (…) Las energías del alma tienen una fuerza inmensa porque el hombre sabe y siente a Dios por su mediador, no importe cual fuere su dependencia de los deseos de la carne.
El Creador de la tierra hizo del alma un verdadero atelier, ella es para el hombre el instrumento de todas sus obras. Dios la ha creado en conformidad con él mismo. Esta alma, obra personal de Dios que actúa hasta el último día del mundo, es para cada hombre una presencia sagrada, divina, invisible. Después del último día del mundo, cuando el hombre será transformado en espíritu, tendrá una visión perfecta de la santa divinidad, de todos los espíritus y almas.
El alma es una energía fructificante, comunica al hombre entero su movimiento y vida. Como el hombre porta una vestimenta de género, igualmente el alma se reviste de las obras que realiza. Sean buenas o malas, las utiliza para cubrirse. Cuando el alma deje este cuerpo, las obras malas olerán mal como un hábito ensuciado con inmundicias. En cambio, las obras buenas resplandecerán en ella como una vestimenta enteramente decorada con el resplandor del más puro oro.
Santa Hildegarda de Bingen (1098-1179)
abadesa benedictina y doctora de la Iglesia
Scivias, el Libro de las Obras Divinas, VI (in “Hildegarde de Bingen, Prophète et docteur pour le troisième millénaire”, Béatitudes, 2012), trad. sc©evangelizo.org
abadesa benedictina y doctora de la Iglesia
Scivias, el Libro de las Obras Divinas, VI (in “Hildegarde de Bingen, Prophète et docteur pour le troisième millénaire”, Béatitudes, 2012), trad. sc©evangelizo.org
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