María terminó su vida mortal y entró al Paraíso, en el triunfo de su gloriosa Asunción, se convirtió inmediatamente en la Reina del Cielo, por la prerrogativa de su maternidad divina, siendo la primera delante de Dios, la primera por encima de todos los espíritus bienaventurados.
Se convierte, al mismo tiempo en Reina de la tierra, debido a los honores merecidos y que siempre recibió, y las gracias y las gracias innombrables que no deja de derramar sobre sus devotos servidores.
Pero a estos títulos, los doctores de la Iglesia agregan un tercero: la nombran Reina del Purgatorio, queriendo expresar mediante este nombre la autoridad soberana que posee en ese lugar de expiación.
“La Bienaventurada Virgen, nos dice san Bernardino de Siena, extiende su realeza hasta sobre el Purgatorio, beata Virgo purgatorii dominium tenet”, porque ahí también ejerce un poder sin límites para derramar innumerables beneficios sobre esas almas que son las de sus hijos.
Ella es, pues, a la vez Reina de las almas triunfantes en el cielo y Reina de las almas sufrientes del Purgatorio….
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“a todo pecador penitente que ha recibido la gracia de la justificación, la ofensa le es de tal modo perdonada, y la obligación a la pena eterna de tal suerte borrada, que no le quede ninguna obligación de pena temporal para purgar ora en este mundo ora en el otro...
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Ellas nos necesitan, no nos olvidemos de ellas. En nuestras casas, en nuestros trabajos o donde estemos elevamos una oración por todos los que allí están para que prontamente se encuentren con el Señor
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